Cuando florecen los maquilishuats

16/01/2023
Presentación edición salvadoreña Maquilishuats en Flor por el Dr Félix Ulloa h

Os comparto a continuación la presentación, a modo de prólogo y con el título "Cuando florecen los maquilishuats", del Dr Félix Ulloa hijo para la edición salvadoreña del poema Maquilishuats en flor, del que os hablo también en la carta en la botella a éste dedicada

 

 

 

 

PRESENTACIÓN

 

Cuando florecen los maquilishuats

 

Félix Ulloa hijo

 

Robert Frost nos habla de los abedules, y dice que “… cuando se resquebraja su esmaltada corteza… el sol les arranca sus conchas cristalinas, que mezcla con la nieve…son la rota cúpula interior de los cielos”.

Manuel Montobbio -parafraseando a María Zambrano- nos abre parte de su espacio interior en su poemario Maquilishuats en flor, el cual escribió como testimonio cuando se cumplieron 20 años de la firma de los Acuerdos de Paz; y lo hace, iluminado por la luz de los ojos de Dulce, su mujer, a quien -subraya como dato imprescindible- conoció en nuestro país.

Manuel, en sus propias palabras, fue salvado por El Salvador. Entre otras claves para descifrar esa revelación está la magia de los maquilishuats, cuyo nombre científico es Tabebuia rosea; declarado árbol nacional en septiembre de 1939.

Y, si Frost afirma que las conchas de los abedules son parte de la cúpula interior de los cielos, Montobbio nos cuenta que es en el cielo mismo, donde crecen los maquilishuats en flor. Para algunos lectores de este poema épico, se trata de la obra un diplomático que narra en verso, esa parte de nuestra historia; o, como dirían otros, nos la describe rigurosamente cantándola como un bardo. Para mí, Manuel que llegó de España y nunca había visto ni oído hablar de los maquilishuats, cuando nos habla con esa convicción, se hace salvadoreño, adopta nuestra identidad y se convierte también, en parte de ese corazón guanaco, que, con cada latido, bombea la savia que hace florecer los maquilishuats en flor.

Sublime, seguro y obstinado, relata cada tramo de nuestro dolor, los va recitando como luctuosas letanías, para contarnos como esas flores que brotaron airosas en 1992, y que nacían marchitas  desde 1932, fueron alimentadas con la ofrenda de ochenta mil muertos: niños, mujeres, hombres y viejos; cuya carne abonó las raíces y se fundió con la savia que nutrió a los maquilishuats, árboles por fin florecieron alegres y llenos de vida, y nos dieron las flores más brillantes, de un color rosa más intenso, sin duda teñido por la sangre de nuestro sufrido pueblo. Sereno, compasivo y tierno nos arrulla anunciando las flores que clamaban la llama/llamada de la esperanza por la paz; para dejarla plantada, como la quimera que los salvadoreños aún seguimos queriendo alcanzar.

Manuel Montobbio descubrió en los maquilishuats en flor, los mismos encantos que nuestra compositora Lidia Villavicencio Olano; y no es coincidencia que cerrara su reflexión así: “Estrasburgo, Lunas en que florecen los maquilishuats”. Porque Lidia, escribió un inmortal vals con el título de “Maquilishuat bajo la luna”, aquí su primera estrofa que dice:

“Ya los maquilishuats floreciendo están

la luz de la luna, acariciándolos va

y bajo las sombras de este árbol en flor

con el brillar de la luna, florece también mi amor”

¡Ay¡ la luna. La luna siempre presente, condicionando nuestras vidas, de una u otra forma. Manuel también nos habla de La Luna, un café/bar y espacio cultural de aquella época; uno de los pocos referentes libertarios donde íbamos con frecuencia a soñar, a desahogar nuestros sentimientos de libertad espiritual y a compartir con artistas, intelectuales y eternos bohemios, con pintores, poetas e iconoclastas de toda índole.

Robert Frost deseaba subirse a un abedul  “… trepar por las ramas oscuras del blanquecino tronco y subir hacia el cielo, hasta que el abedul, doblándose vencido, me bajara de nuevo.”

Manuel, subió a los cielos a través de los maquilishuats, escaló nuestra historia y se la llevó junto a un puñado de recuerdos, a otras tierras. Como estaba salvado, después de una larga ausencia, regresó con este bello regalo, para entregarlo a los jóvenes que no tuvieron que pagar el precio del dolor y el sufrimiento de aquellos tiempos horribles, ni tampoco pudieron vivir la eclosión de la esperanza, aquella tarde de enero de 1992, cuando nos encontramos con Manuel, en una tarima en la Plaza Barrios, para celebrar la llegada de la paz, que avanzaba caminando despacio, con los pies descalzos, sobre la alfombra perfumada de pétalos rosados que, como cada año, en esa época, caían generosos y abundantes, desde los maquilsihuats en flor.   

 

 

San Salvador, Diciembre de 2021