Ochocientos ciervos recorren Europa

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          Es El Ciervo una revista improbable con una vida improbable, que cruza en su actual número de Julio-Agosto una meta que ninguna otra revista cultural en España ha cruzado hasta ahora: la de su octingentésimo número, pues ninguna ha llegado a publicar ochocientos números como con éste hace El Ciervo desde que apareció el primero el 30 de Junio de 1951. (En estos hitos de longevidad, resiliencia y presencia de las revistas culturales españolas, no podemos tampoco dejar de señalar que la Revista de Occidente alcanza también este Julio su centenario, como hemos celebrado y celebramos y comentaba en la carta en la botella en la que os enviaba mis Reflexiones sobre el ascenso global de China publicadas en su número de Junio; pero, debido a las épocas en que por las circunstancias históricas dejó de publicarse, lo hace con su número 506). Ochocientos números presente y referente, testimonio y reflejo en nuestra vida colectiva, y en particular en la mía, como os contaba con ocasión de sus setenta aniversario en Liberar El Ciervo. Y para celebrar este ordinal insólito nos ofrece como trasfondo - junto al diseño conmemorativo de Miquel Barceló - un conjunto de artículos y entrevistas que nos ofrecen una visión de su presencia en el mundo y en  la vida a través de estos ochocientos números. En el mundo, a través de la entrevista que su director, Jaume Boix, realiza a Miguel Ángel Moratinos, Secretario General Adjunto de Naciones Unidas y Alto Representante de éstas para la Alianza de Civilizaciones, del artículo que Manuel Alcántara dedica al otro 11-S, el del golpe de Estado en Chile hace cincuenta años, y de mis Ciervos de Europa, que os comparto a continuación como carta en la botella lanzada al mar de esta web. En la vida, a través del artículo de Francesc X. Puig Rovira sobre los momentos fundacionales de El Ciervo, el de José María Margenat sobre su papel en la transición democrática y la transformación experimentada a lo largo de estas décadas - que aporta una perspectiva de especial interés, no siempre contada - y del intercambio entre la carta que en 1953 el director fundador, Lorenzo Gomis, escribió sobre la Barcelona de entonces, y la que setenta años después le escribe su sucesor actual y discípulo Jaume Boix. Un Trasfondo 800 que os animo a leer para captar el espíritu de estos ochocientos ciervos que en éste culminan. En el que, como le dije a Jaume Boix, no podíamos no hablar de Europa: eso hago, eso hacemos en estos Ciervos de Europa, pues de Europa nos habla El Ciervo, y de Europa son y somos estos ochocientos ciervos, y los que serán. En Europa buscan la fuente de las aguas, y recorren sus bosques y praderas. Para ser Europa escribimos El Ciervo, lo celebramos, y le deseamos larga vida.

 

Manuel Montobbio

Agosto 2023
 
 
 
 
 

Ciervos de Europa

 

            Querían abrir ventanas, que entrara el aire y la luz, ir más allá de la grisura de aquella España de 1951 y su reciente pasado. Querían, como el ciervo, buscar la fuente de las aguas con anhelo del alma que busca: por esos y para eso crearon la revista y la bautizaron El Ciervo. Buscaron esa luz, ese aire, ese tiempo, en los aires de cambio que para Iglesia vinieron del Concilio Vaticano II. Y lo buscaron en Europa. Querían ser viento de ese tiempo.

            He compartido con sus lectores en mi artículo “Liberar a El Ciervo” – publicado con ocasión de sus setenta aniversario en 2021 – cómo éste me fue acompañando en mi toma de conciencia desde la niñez, refiriéndome a la crónica de mi padre, Juan Manuel Montobbio, para El Ciervo desde Roma de la elección del Cardenal Roncalli como Juan XXIII, o a su entrevista al Alcalde democristiano de Florencia, Giorgio La Pira, figura referencial e inspiradora de la paz, en la que deseó para España su futura transformación democrática, mensaje que en 1958, cuando fue publicada en El Ciervo, encendía una luz a la esperanza. Luz de Europa, anhelo de Europa que guía a El Ciervo en busca de las aguas, que hace presente en sus páginas.

            Tal vez sea por ello que, al hablar con Jaume Boix sobre este número ochocientos de El Ciervo, se me hizo presente la mirada de mi padre la primera vez que, camino a la boda de mis primos en Roma, visité con él Florencia, esa mirada de abstracción del joven ciervista que fue y que visitó en Florencia a La Pira en busca de esperanza para España, que seguía habitando dentro de él y hablando con La Pira, dándole cuenta tal vez de la esperanza de la España en democracia que en Europa, hacia Europa caminaba. Y le dije, espontáneamente, que este número ochocientos no podía no hablar de Europa, pues sin ello, sin ella, no sería El Ciervo del todo El Ciervo, ni podía alcanzar ese número que ninguna otra revista en España ha cruzado, y he ahí el origen y por qué de este artículo.

            Habla El Ciervo de Europa así en este número ochocientos, y de Europa ha hablado y hablará en cada número. Habla de Europa, y es Europa. Y así lo vivimos quienes lo leemos y escribimos al mirar hacia atrás y hacia delante, como puedo dar fe a la luz de mi experiencia y trayectoria.

            Habla El Ciervo de Europa. Como lo hizo en su “Visita a La Pira” y tantos otros artículos que nos la dieron a conocer cuando era un anhelo o un sueño, el quisiéramos ser que no éramos, no nos dejaban ser. Buscamos Europa, y trajimos a sus páginas nuestra experiencia de ella, en reportajes como el que dediqué al Berlín dividido en 1982. Pensamos Europa, y trajimos y traemos a sus páginas nuestra reflexión sobre ella. Como cuando, ya España miembro de las entonces Comunidades Europeas, coordiné para el número de Octubre de 1986 el suplemento “Europa, ya desde dentro”, en que un grupo de jóvenes que habíamos estudiado ese año de nuestra adhesión europea en el Colegio de Europa la explicábamos para los lectores de El Ciervo, y les hablaba de la nostalgia de Rousseau y el futuro de Europa. Como lo ha hecho las veces que desde entonces he compartido a través de sus páginas mi reflexión y experiencia de Europa, más recientemente cuando, con ocasión del setenta aniversario del Consejo de Europa, junto a Marcelino Oreja les ofrecimos nuestras respectivas reflexiones sobre el camino recorrido y a recorrer. Como lo han hecho tantos otros que con su escribir han alimentado sus páginas. Como quisiera hacer, si lo permitieran las restricciones de espacio, para hablaros de su Cumbre en Rejkiavik los pasados 16 y 17 de Mayo y la reafirmación de nuestro compromiso compartido con los derechos humanos, el Estado de Derecho y la democracia, tras la agresión de la Federación Rusa a Ucrania y su cese como Estado miembro, con la adopción de la Declaración de Rejkiavik y sus Principios para la Democracia, así como la creación del Registro de Daños para posibilitar la rendición de cuentas por la agresión. Pues despertó en nosotros El Ciervo nuestra sed de Europa, y nos ha acompañado y acompaña en busca de sus aguas.

            Y es Europa. Nos decía George Steiner en La idea de Europa que Europa es un café, ese lugar para el encuentro, la convivencia, la conversación. Y Jean Monnet en sus Memorias que, si pudiera volver a empezar la construcción de Europa, lo haría por la cultura. Pues no nació, a pesar de su inspiración cristiana, El Ciervo en un pesebre, sino en el Café Zurich donde aquellos jóvenes ansiosos por abrir ventanas se reunían para concebirlo y alumbrarlo antes de que se asentara en Calvet 56. Pues no les bastaba con su conversación de café: querían compartirla, y por eso y para eso lo alumbraron, y así llevamos ochocientos ciervos conversando, en ochocientos ciervos conversando. Ochocientos ciervos siendo Europa. Pues si El Ciervo es Europa, Europa es – somos -, también, El Ciervo. Por eso y para eso queremos seguir alumbrando números de El Ciervo, queremos seguir siendo Europa. Y al celebrar este número brindamos por la vida, brindamos por Europa. Una Europa habitada por ciervos habitados por Europa.

 

Manuel Montobbio

París,
Pascua de Pentecostés
de dos mil veintitrés