LIBERAR A EL CIERVO

  • LIBERAR A EL CIERVO

Constituyen los aniversarios ocasión para la reflexión, para la contemplación de lo vivido en perspectiva, para destilar su esencia, celebrar lo que permanece más allá de lo que pasa y nos pasa, celebrar aquello en lo que permanecemos. Permanece la revista El Ciervo en los setenta años que cumple éste. Permanece, y de alguna manera se multuplica; pues la Historia de El Ciervo es la de una multiplicación: la del ciervo del salmo bíblico que aquellos jóvenes inquietos y no resignados identificaron para dar nombre a la revista con que soñaban abrir ventanas y cambiar el mundo y la vida hace setenta años en los 785 números publicados en éstos; la de las vidas de quienes hemos dado vida a estos 785 ciervos que se han paseado y pasean por las almas de quienes los leen buscando con ellas las fuentes de las aguas; la de los miles y miles de lectores que los hemos leído, y al hacerlo hemos encontrado los destellos del alma en su aproximación crítica a la realidad, al pensamiento, a la cultura, al arte, a la espiritualidad, a cuanto nos hace personas. Acogen para conmemorarlo estos meses una "memorias ciervistas", en las que quienes con él hemos colaborado y vivido compartimos las nuestras. Constituye un honor y una emoción muy especial que, exactamente cuarenta años después de que en el número de Enero de 1981 publicara en él mi primer artículo, vean la luz en este número 185 de Enero-Febrero de 2021 las mías bajo el título de Liberar a El Ciervo, que os invito a leer para que sepáis de qué y por qué, tal como lo lanzo como carta en la botella en el mar de esta web, acompañado de las fotografías de los números a los que hago referencia en el recorrido vital descrito a través de ello, o si lo preferís podéis descargar al final el pdf del artículo tal como ha sido publicado en la revista. ¡Larga vida a El Ciervo!.

 

 

Liberar a El Ciervo

 

            No recuerdo cuándo vi o cuál fue el primer ciervo en la realidad; mas sí que el primero del que tengo conciencia fue el Bambi de Disney. Como tantos niños de mi generación, crecí embelesado por la magia de su color y de su historia. El segundo es el de un día en que mi padre dijo a mi madre: “Me ha llamado Nacho: nos han secuestrado El Ciervo. Nos vamos al juzgado a ver si podemos liberarlo”. Recuerdo que la angustia me mantuvo pendiente de la puerta por la que tenía que regresar mi padre; y, cuando por fin apareció, le pregunté expectante qué había pasado, cuál era el ciervo que habían secuestrado, si el tío Nacho y él habían podido liberarlo, y cómo. Sonrió, me invitó a sentarme junto a él en el sofá, cogió la revista de la mesita, y dijo: “Éste es El Ciervo”.

 

 

            Y efectivamente así, El Ciervo, se llamaba la revista que a partir de entonces me di cuenta estaba siempre en el salón. De aquella conversación, de tantas otras después, aprendí a conocerlo, y también con ello a adquirir conciencia del país, la sociedad y el tiempo en que vivíamos. Sabría que El Ciervo es el salmo biblíco, que que busca la fuente de las aguas, como busca el alma a Dios, imagen desde entonces presente en la progresiva toma de conciencia de que la vida es viaje en busca del alma, y a veces encuentro. Sabría que nació en unas reuniones en el Zurich, en cuyo origen estaba la amistad en los jesuitas entre Lorenzo Gomis y mi tío José Ignacio “Nacho” Montobbio, en las que participaron Lorenzo, sus hermanos, y su esposa, Rosario Bofill, mi tío y mi padre y otros amigos, cuyos nombres se me irían haciendo familiares; y que ya desde el inicio tuvieron la voluntad de ser, de abrir ventanas para que entrara el aire y la luz en aquella España gris, ante la Iglesia y ante el régimen. Sabría de la esperanza que despertó la elección del Cardenal Roncalli como Juan XXIII, que mi padre relató desde Roma para El Ciervo, y de la expectativa de democracia en España de la que hablaba el Alcalde La Pira en la entrevista que le hizo en Florencia, y del Vaticano II. Sabría de la censura y del escribir entre líneas, de la prohibición de publicación con que a veces se secuestraba alguno de sus números, y por qué y de qué iban como abogados mi padre y mi tío a liberarlo, a defenderlo. Sabría que mi padre defendía personas en los tribunales, como hizo en la huelga de tranvías. Sabría tantas cosas que me fue enseñando El Ciervo que ya no era Bambi, sino la revista siempre sobre la mesita del salón, con la que fui creciendo y madurando número a número.

            Mi pasión infantil por la lectura dio paso al despertar adolescente de mi vocación literaria, facilitada y alentada por el ambiente propicio y las facilidades para ello en los jesuitas de Sarriá, con sus concursos literarios y su revista, en la que tanto escribí. Al entrar en la Universidad, en busca de dónde seguir haciéndolo, un día me dijo mi padre que íbamos a ir a El Ciervo, a hablar con Lorenzo y con Rosario. Ese día del otoño de 1980 fue la primera vez que estuve en El Ciervo que ya estaba en mí, que lo vi por dentro, en la redacción de la Calle Calvet 56. Recuerdo que me resultó muy interesante hablar con ellos, como lo sería en las ocasiones que se darían a partir de entonces, y que, mientras les contaba mis planteamientos e intereses, Rosario me preguntó de repente qué iba a hacer en Navidad, y le dije que iba a ir al encuentro ecuménico de Taizé en Roma. “Pues nos vas a escribir un artículo sobre él para Foc Nou” (la revista en catalán hermana de El Ciervo que dirigía ella).

 

 

 

 

            A Rosario le debió gustar “Pinzellades impresionistes d’un Taizé-Roma”, que le entregué de vuelta en Barcelona. Pues no sólo lo publicó en el número de Foc Nou de Enero de 1981, sino que me dijo que en sus inicios El Ciervo había tenido una sección que se llamaba “Dos y dos, cinco”, que publicaba artículos cortos para cuestionar la realidad, para plantear preguntas, para hacer pensar; y que habían decidido reinstaurarla, y había pensado que podía colaborar en ella. Y así, también en el número de Enero aparecieron publicados en El Ciervo – que entonces cumplía treinta años – mis dos primeros artículos, que junto a los de Rosario y Àlex Masllorens conformaban la renacida sección. Publiqué a partir de entonces regularmente en ésta, y en Noviembre de ese año mi primer artículo de dos páginas sobre un campamento internacional en que había estado en verano en Guernesey. Al recorrer de nuevo las páginas de los números de los primeros ochenta, no puedo dejar de revivir la emoción de ver publicados reportajes sobre el Berlín dividido, los verdes en Alemania, sobre Estados Unidos o Noruega – donde me había ido llevando a hacer prácticas la vocación internacional que ya entonces tenía -, o sobre la ley de objeción de conciencia, o la nostalgia de Rousseau y el futuro de Europa. Se me hacen presentes las paradas en Calvet 56 de ida o de vuelta de la Universidad, para entregar un artículo y charlar un rato con Rosario o con Lorenzo. Que un día Rosario me dijo que el jueves por la tarde iban a tener una reunión con colaboradores para debatir e identificar temas, y me invitó a venir. Recuerdo las reuniones aquellas tardes en El Ciervo, conocer en persona aquellos cuyos artículos leía, el interés de las conversaciones y los temas, los planteamientos, conceptos y cuestiones para mí novedosos. Recuerdo, por ejemplo, haber escuchado por primera vez en boca de Alain Verjat el concepto de imaginario colectivo, después referente de mi reflexión. Recuerdo ese sentimiento, esa vivencia, de ser parte de la conversación, de enriquecimiento en ella, de curiosidad y compromiso compartidos. Y también cómo, de cualquier tema o reflexión, presente o eterno, Lorenzo y Rosario lo transformaban – como tantas veces al dialogar con ellos – en materia para la revista, sea como artículo, serie o conversación. Recuerdo así que, al hablar en una de aquellas reuniones sobre la importancia para los jóvenes del proyecto de ley de objeción de conciencia, Rosario me propuso que hiciera un estudio sobre ella, comparándolo con la situación en otros países europeos, y que le hiciera una entrevista a José Luis Beúnza, el primer objetor de conciencia en España. Ambos se publicaron en el número de Junio-Agosto de 1984. Recuerdo, en fin, que, al volver por la redacción tras meses de ausencia durante el curso en que realicé mis estudios de posgrado en el Colegio de Europa en Brujas, coincidiendo con el ingreso de España en la entonces Comunidad Europea, tras contarle mi experiencia, hablando con entusiasmo de los retos que se nos planteaban ya como Estado miembro, Rosario me preguntó si podría coordinar un dossier con otros españoles que habían estudiado conmigo: ahí está el “Europa, ya desde dentro”, con el que en Octubre de 1986 El Ciervo ofrecía una aproximación a tales retos, y yo planteaba en mi nostalgia de Rousseau y el futuro de Europa algunas de las cuestiones esenciales que desde entonces han sido objeto de mi escribir.

 

 

 

 

 

 

            Aquella vuelta de Brujas a Barcelona no lo fue sin embargo a la cotidianeidad de mi vida en ella, de la participación en El Ciervo que se había hecho parte de ésta; sino la primera de tantas vueltas de paso a que me llevó la realización de mi vocación de ser diplomático y la vida itinerante que conlleva, a Madrid a preparar las oposiciones y en una primera etapa tras ingresar en la Carrera Diplomática en 1987, y en otras varias, y a San Salvador, Yakarta, México, Guatemala, Tirana, Andorra y ahora Estrasburgo. A pesar del tiempo transcurrido, sigo hablando siempre como si estuviera en Barcelona, pues en definitiva verdaderamente estamos en las ciudades que nos habitan por dentro; y no hubiera podido de ella partir sin dentro llevármela. Y dentro la llevo, dentro conmigo El Ciervo va doquiera que vaya, y juntos buscamos la fuente de las aguas en el viaje de la vida. Al volver, una de las cosas que siempre he hecho al llegar a casa de mis padres ha sido leer los números que habían salido desde mi última estancia. El contacto, en aquellos primeros noventa de destinos distantes y horarios distintos, de fax, sin correo electrónico, se hizo más esporádico, pero se mantuvo siquiera con una conversación telefónica cuando estuve de paso. Y siempre han estado abiertas sus puertas cuando he querido expresar algo a través de sus páginas, y mi pluma dispuesta cuando su escribir ha sido requerido para cualquiera de sus iniciativas. Sigo ojeando, en las pausas que hago al escribir este artículo, los números en que he publicado, que conmigo llevo mudanza tras mudanza. Se me hace presente la emoción de volver, en la primavera de 1999, de nuevo a Calvet 56 con un ejemplar para El Ciervo de mi primer libro publicado, La metamorfosis del Pulgarcito. Transición política y proceso de paz en El Salvador, fruto de mi tesis doctoral y procesamiento intelectual de mi experiencia diplomática y vital en la construcción de la paz. Y también Rosario acercándose al final de la presentación en el Centro Internacional de Prensa de Barcelona para felicitarme y decirme que había abierto ahora la sección “El autor se confiesa” y que, además de la reseña que iban a publicar, contaba con que escribiera un artículo para ella. En el otoño de 2002, se abrió para mí la oportunidad de vivir de nuevo un tiempo de cotidianeidad en Barcelona como Embajador en Misión Espacial para el Fórum Universal de las Culturas Barcelona 2004. Canalizada la instalación, llamé a El Ciervo para decirles a Lorenzo y a Rosario que aquí estaba de nuevo, y quería verles. Aquella mañana de principios de 2003 en Calvet 56 hablamos de muchas cosas, y les compartí el relato de mi vida desde que había dejado de acudir a las reuniones de los jueves por la tarde. Recuerdo que Lorenzo me preguntaba con especial curiosidad que qué hacía un diplomático; y que, tras hablar de las negociaciones de paz en Centroamérica y otras experiencias, fue llevándome hacia el presente, a lo que hacía como Embajador para el Fórum Barcelona 2004. Tras escuchar mi explicación, dirigió una mirada cómplice a Rosario, sonrió y me dijo: “Eso es lo que queremos: que nos escribas un artículo sobre un día en tu vida de diplomático”. Y me explicó que habían abierto una nueva serie, en que varios miembros de una profesión explicaban un día en su vida, para darla así a conocer y ponerla en valor ante la sociedad, y promover la reflexión sobre ella, como acababan de hacer con las enfermeras. De ahí nació el número en que, con mi coordinación, otros cuatro diplomáticos españoles y yo compartimos un día en nuestra vida como tales. En otra ocasión durante ese tiempo en Barcelona estuvimos hablando de libros y lecturas, y de ahí salió que Lorenzo me pidiera un artículo sobre mi biblioteca a través de diez libros, para la sección que todavía hoy se sigue publicando.

            Sigo ojeando, y ahí están también artículos solicitados a varios autores sobre un tema, generalmente internacional, u otros relacionados con la temática de los libros que he ido publicando, el Pliego de Poesía sobre el poema “Búnkeres” de mi Guía poética de Albania, reseñas de libros y otros, hasta estas memorias ciervistas que ven la luz cuando se cumplen cuarenta años de que por primera vez apareciera mi nombre en las páginas de El Ciervo.

 

 

 

            Contemplo en ese ojear de sus números las huellas de mi vida en El Ciervo. Contemplo en este ojear de mi vida las huellas de El Ciervo en ella. Recuerdo, de la lectura de El lobo estepario de Herman Hesse en ese tiempo inicial de mi colaboración en él, el impacto que me produjo la imagen del protagonista que al final se multiplicaba, se desdoblaba en todos los “yo” que en otros son. Se me hace ésta presente para de alguna manera decirme que la Historia de El Ciervo es la de una multiplicación, en cierto modo un milagro, como la de los panes y los peces: la del ciervo del salmo bíblico que aquellos jóvenes inquietos y no resignados identificaron para dar nombre a la revista con que soñaban abrir ventanas y cambiar el mundo y la vida hace setenta años en los 785 números publicados en éstos; la de las vidas de quienes hemos dado vida a estos 785 ciervos que se han paseado y pasean por las almas de quienes los leen buscando con ellas las fuentes de las aguas; la de los miles y miles de lectores que los hemos leído, y al hacerlo hemos encontrado los destellos del alma en su aproximación crítica a la realidad, al pensamiento, a la cultura, al arte, a la espiritualidad, a cuanto nos hace personas. Cada uno de esos ciervos que se multiplican es único, y al tiempo el mismo; pues en esa multiplicación, esa multiplicidad, nos hacemos familia, a El Ciervo uno más de la familia, a nosotros de la familia de El Ciervo: somos familia, somos El Ciervo. Para que se multiplique, para que sea, para seguir buscando con él la fuente de las aguas lo escribimos y lo leemos, para ser nosotros lo hacemos, lo seguimos haciendo entre todos, con la esperanza de seguir abriendo ventanas, dejando que entre el aire y la luz, de contribuir a que no vuelva una España y un mundo que lo secuestre de nuevo.

            Comienza el número de Octubre de 1986 en el que se publicó el suplemento “Europa, ya desde dentro” con un artículo de Lorenzo que se titula “Una revista improbable”, refiriéndose con ello tanto a su planteamiento y contenido como a su supervivencia entonces durante treintaicinco años: otros treintaicinco años después bien podríamos decir que hemos hecho y hacemos posible una revista doblemente improbable. Y para ello, para hacerla y seguir haciéndola, debemos cada uno, cada día, liberar, seguir liberando a El Ciervo. Pues si afortunadamente no depende ya de la liberación del secuestro que me lo dio a conocer el que siga su búsqueda de la fuente de las aguas, del compromiso de seguir con él buscándola siempre su liberación depende. ¡Larga vida a El Ciervo!.

 

 

Manuel Montobbio