Nos dice el Tao Te King que con un solo paso se inicia un camino de tres mil leguas. Es escribir un camino, e implica todo escrito un recorrido; mas al tiempo puede ser paso en un camino de tres mil leguas. Camino de la vida, camino del escribir, del reflejo en éste del pensar, iluminación del entendimiento. Un escrito nos lleva a otro escrito. Una pregunta a otra pregunta. Hay escritos de partida; los hay que atraviesan mares, cruzan fronteras; y los hay de llegada, de culminación de una cima. Como el ensayo Romper la cuerda, explorar caminos, intentar vivir, que La maleta de Portbou me ha hecho el honor de publicarme en su número 67 de Noviembre-Diciembre de 2024.
Al volver la vista atrás y preguntarme por el primer paso, el impulso primero que me llevó a emprender el camino que a su escribir me ha llevado, se me hace presente, por un lado, el interés de siempre por el otro, su cosmovisión y cultura, por Oriente y por China; y, por otro, el despertado por la globalización de la sociedad de la información y su reflejo en el desplazamiento del centro de gravedad del sistema internacional hacia el Pacífico, experimentado en mi destino como Segunda Jefatura de la Embajada de España en Yakarta, para Indonesia y Singapur, entre 1992 y 1994, que se catalizó en la escritura del ensayo La gravedad del Pacífico - publicado en el número 28 de la Revista CIDOB d’Afers Internacionals en Enero de 1995 -, que podríamos considerar el primer paso de este escribir. El reto que nos plantea la gravedad del Pacífico y el tiempo interesante del ascenso global de China que vivimos estuvo especialmente presente en la escritura de Salir del Callejón del Gato. La deconstrucción de Oriente y Occidente y la gobernanza global. Plantea éste que en la era de la globalización de la sociedad de la información nos encontramos ya navegando en la nave espacial Tierra destino futuro, estamos todos en el mismo barco: nosotros somos, querámoslo o no, todos. Y sin embargo nuestras culturas y civilizaciones nos preparan para ser un nosotros frente a los otros. Tal vez porque, al contrario que Valle-Inclán en su esperpento, que sometía la realidad a la deformación de su imagen en los espejos cóncavos y convexos del Callejón del Gato, la técnica utilizada por las civilizaciones para aproximarse a ésta parece ser justamente la contraria: la de utilizar espejos cóncavos o convexos para contemplarnos a nosotros, a los otros y al mundo como si fueran espejos planos, en la creencia de que son espejos planos. Para salir del Callejón del Gato, para superar la tensión de la conformación de un nosotros global en una única nave espacial Tierra, carente, sin embargo, de una cultura garante de su supervivencia y reproducción, de la necesidad de construirla, invito en este ensayo a realizar un viaje o itinerario intelectual en dos etapas. La primera, de comprensión del presente y del siempre, para entender lo que condiciona y distorsiona nuestra visión de la realidad y del mundo, de las visiones en los espejos -de la universalidad y la supremacía occidental, los orientalismos y los occidentalismos, los “valores asiáticos” y otras alternativas - y de los supuestos e ideas, en definitiva, que subyacen tras ellos, los sostienen y conforman. La segunda, de esbozo y búsqueda de ideas y principios, nuevos paradigmas y posibles elementos para salir del Callejón del Gato, para la construcción del desarrollo sostenible, la paz y la democracia en el nosotros que somos todos. Un modelo para armar el mundo y articular la gobernanza global.
Eran aquellos tiempos en que sonaba la proclamación, frente a la del fin de la Historia de Fukuyama, de los “valores asiáticos” por Lee Kwan Yew, considerados como uno de los espejos cóncavos o convexos en los que la humanidad en el Callejón del Gato se contempla. Mas hemos asistido desde entonces al paso De los valores a las ideas asiáticas (como exponía en el Anuario Asia Pacífico 2008), y de éstas a los paradigmas y a la cosmovisión inherente a la lengua-pensamiento china. Al reto de comprender, aprehender y explicar esa evolución, y en particular su reflejo en la reconfiguración de la Teoría de las Relaciones Internacionales, responde el escribir de Ideas chinas. El ascenso global de China y la Teoría de las Relaciones Internacionales.
Implica y contiene Ideas chinas la catalización y sistematización de éstas y su reflejo en la Teoría de las Relaciones Internacionales, y plantea el reto de construir en común la universalidad común, de hacer del tiempo interesante del ascenso global de China tiempo de paz, de entendimiento mutuo y de diálogo entre las ideas, de asumir que el ascenso global de China conlleva la conformación de un sistema internacional y un mundo policéntrico, y no sólo multipolar. Y es sin duda un punto de llegada, la obra que refleja y recoge ese caminar, que condensa lo que puedo aportar a la conversación global. Mas es al tiempo un punto de partida que atiende al llamado a ir más allá y más adentro, respondiendo de alguna manera a ese reclamo de ir a lo filosófico, a contemplar la Teoría de las Relaciones Internacionales y las ideas chinas desde fuera, desde el conjunto de nuestro saber sobre el mundo y la vida que realizo al final del recorrido acometido en Ideas chinas. Hacia la perspectiva global de la Sociedad Internacional y los retos de futuro de la Teoría de las Relaciones Internacionales, como hago en el libro colectivo en homenaje a Celestino del Arenal La Sociedad Internacional. Miradas Iberoamericanas. Hacia la aprehensión, especialmente en la esfera de lo político y sus paradigmas sustentadores del centro que conforma China – que con el de Occidente como el yin con el yang interactúa y evoluciona -. En el qué de la legitimidad, el poder y la vida en sociedad, desde la contraposición como sujeto colectivo entre la Tianxia y la polis, a la idea de República o las relaciones entre legitimidad y representación y democracia, o entre ésta, la economía y el mundo; y en el cómo a repensar a la luz de las lecciones que nos ofrece la Controversia de los Ritos, como en Reflexiones sobre el ascenso global de China. Hacia, finalmente, asumir el reto de romper la cuerda, explorar caminos e intentar vivir que acometo en este ensayo escrito a partir del procesamiento y sedimentación de la lectura y relectura de la obra de François Jullien. Romper la cuerda invisible que nos mantiene atados a nuestra lengua-pensamiento, para pensar lo impensado, para acometer un itinerario intelectual en tres etapas. La primera, para pensar/repensar los conceptos fundamentales de nuestra Filosofía, nuestro pensamiento, a la luz, contraluz o contrapunto/perspectiva del pensamiento chino. La segunda, para repensar, pensar sobre el tronco en que se asientan esas ramas, el fundamento último del sujeto frente a la situación, la verdad frente a los recursos de sistemas de pensamiento, las prisiones o condicionamientos del lenguaje desde el que pensamos y aprehendemos y expresamos el mundo y la vida, la construcción en común de la universalidad común, la concepción misma de la universalidad. La tercera, para aproximarnos a su formulación de la Filosofía del vivir y de la verdadera vida como idea-fuerza, concepto-clave, intuición, aspiración y guía.
Me preguntaba en el Presente de Navidad con que os felicitaba ésta
De qué está hecho
el oro
el incienso
la mirra
de qué está hecha
la esperanza
la ilusión
la promesa
de vida
en que sepa
a vida
LA VIDA?
Qué presentes
queremos hacer allí
PRESENTES?
Y al compartiros a continuación su texto en esta carta en la botella que lanzo al mar de la web cuando en el cielo se vislumbra la estrella que guía a los Sabios de Oriente, deseo que esta Epifanía y siempre os traigan la sabiduría de Oriente, y que para aprehenderla, para romper la cuerda, explorar caminos, intentar vivir, os inspire este ensayo.
Manuel Montobbio
París,
noche guiada
por la estrella de Belén
de Enero
de dos mil veinticinco.
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ROMPER LA CUERDA, EXPLORAR CAMINOS, INTENTAR VIVIR
Una aproximación desde el recorrido de François Jullien
en contrapunto con el pensamiento chino
I.- Romper la cuerda
Es la nuestra, como nos dice Simone Weil en L’enracinement, un alma enraizada, verticalmente en la cadena de los padres y antepasados que nos preceden y de los hijos y nietos que nos siguen, horizontalmente con nuestro tiempo y nuestra época, nuestro espacio, nuestros imaginario(s) colectivo(s) e identidades colectivas, culturas y civilizaciones de las que formamos parte, los retos de la humanidad compartida. Si están nuestras raíces conectadas a su tierra, buscan nuestras ramas encontrarse en el cielo con nuestra común condición humana y con el alma universal, y puede ser ese encontrarse el cielo interacción entre el ying y el yang mutuamente transformadora. Nos señalaba José María Ridao en la presentación de mi libro Ideas chinas en Madrid que las encontradas en su lectura le habían resultado en muchos casos extrañamente familiares, al tratarse de ideas que se habían considerado en el debate que ha caracterizado la evolución de la Filosofía occidental, pero que fueron descartadas y excluidas, dejadas de lado de la corriente principal; y aludía por ejemplo a la tradición pitagórica orillada por la aristotélica que acabó imponiéndose. De alguna manera, nos encontramos, al encontrarnos con la tradición de pensamiento chino, con el pudo ser que no fue el nuestro, y conociéndolo y dialogando con él ampliamos nuestra propia tradición y visión, asumimos en mejor y mayor medida el desarrollo del espíritu y el alma humana en toda su potencialidad, nos conocemos mejor a nosotros mismos y al otro, y podemos mejor llegar a ser todo lo que podemos ser. Constituye así el encuentro de nuestro pensamiento, nuestra cosmovisión, con los de China una oportunidad única de añadir a nuestra tradición de pensamiento otra durante milenios desarrollada, de construir entre todos la universalidad de todos. Construirla hacia delante y en común, no desde la imposición de una sobre otra, sino desde el diálogo mutuamente enriquecedor, búsqueda compartida de la luz, oportunidad de incorporar el saber del otro, los frutos recogidos en su camino, inyectar su savia al tronco común y aproximar gracias a ello más y mejor las ramas al cielo, dar un salto cualitativo en el conocimiento; o, mejor dicho, más bien, en el saber.
Búsqueda y diálogo entre las ideas, mas también y sobre todo más allá: entre los paradigmas y el lenguaje-pensamiento que los sustenta; en la poesía, la que escribimos con la vida y la vida en nosotros escribe, la que escribimos en el papel y la por el otro en el papel escrita que en nosotros escribe. Nos dice Sloterdijk en Normas para el parque humano que los libros y las obras que han ido conformando nuestro saber son cartas enviadas a los amigos – pues amigos son de algún modo quienes nos lean, amigos somos de quienes hemos leído -; cartas que responden a otras cartas anteriores y narran para posteridad el tiempo interesante que nos ha tocado vivir y sus lecciones. Se construye nuestra cultura en ese intercambio de cartas. Nos llevan unas cartas a otras. Puede acontecer en ocasiones que un lector de nuestra carta nos aconseje leer otra carta cuyo eco ha encontrado en la nuestra, o que la mención de otro libro en uno que leemos nos lleve a buscarlo y a leerlo – recorrido secreto y misterioso, desordenado orden con que se cruzan, se relacionan o intercambian las cartas que escribimos en el papel y en la vida. Me llevó la publicación de mi libro Estilites d’Andorra y su presentación en París a entrar en contacto con el Profesor de Clásicas de La Sorbonne Nouvelle Jordi Pià Comella, andorrano en París, y establecer a partir de ahí un diálogo mutuamente inspirador entre Filosofía y poesía, una conversación de la que salió la propuesta, ante mi interés por la cultura china y su reflejo en mi obra poética, de que conociera la obra de François Jullien, su intento de diálogo entre el pensamiento chino y el occidental, de filosofar en contrapunto de éste. Y ello, como fruto de su paralela dedicación, desde el inicio, a la Filosofía y la cultura clásica grecolatina y al pensamiento, la cultura y la lengua china, y el intento de filosofar en contrapunto el uno del otro. Lo que me ha llevado a leer La pensée chinoise. En vis-à-vis de la philosophie (2015), sistematización de su largo recorrido intelectual de diálogo en contrapunto con el pensamiento chino, y De la vraie vie (2020), en que nos formula su propuesta de una Filosofía del vivir frente a la del Ser en que se inscribe nuestra tradición, nos destila de alguna manera su síntesis, formula hacia el futuro su propuesta que de ambas raíces bebe y hacia el cielo apunta.
Romper la cuerda: sostiene Jullien que el sentido del pensar radica en pensar lo impensado para vivir lo invivido. Lo que le lleva a esa deconstrucción, esa búsqueda, a la propuesta de la Filosofía del vivir, intento de respuesta a la pregunta, las preguntas, última(s) y primera(s) sobre la vida y la existencia y sus preguntas y las preguntas sobre sus preguntas. Tiene ello sentido en sí mismo, y sentido sobre todo como fruto, resultado de un camino, una trayectoria vital, un aprendizaje de vida, un haber pensado, precisamente, lo impensado. Y haberlo hecho, precisamente también, en el contrapunto del pensamiento chino, desde el conocimiento vivido del otro y su universalidad, su cosmovisión; aprendiendo, sabiendo su sabiduría. Clasificando los clásicos, lo clásico. Clásico como obra de referencia que permanece en el tiempo y en el espacio, en la medida en que a través de ellos conecta con nuestra común alma universal – por decirlo en nuestros parámetros culturales -, nos acerca a la esencia de lo que somos y podemos ser, nos ilumina. Desde una trayectoria en que un clásico lleva a otro clásico, el de nuestra cultura al de la china, y al diálogo entre clásicos, entre filosofías de una y otra. Al encuentro en el cielo entre sus ramas.
Una trayectoria que se sintetiza, se decanta, como balsa o lago o pantano que se desborda de agua que fluye como río de la vida o tinta sobre el papel en blanco, estalactitas que con determinada gota cristalizan; de sedimentación, maduración, como nos diría Jullien desde la propia tradición china. Me lleva a su vez el procesamiento y sedimentación de su lectura – y su relectura -, el pensar sobre su pensamiento, a escribir esta carta de respuesta a sus cartas, y para ello acometer un itinerario intelectual en tres etapas.
La primera, para pensar/repensar los conceptos fundamentales de nuestra Filosofía, nuestro pensamiento, a la luz, contraluz o contrapunto/perspectiva del pensamiento chino. Pensamiento, más que Filosofía, pues en China no se da la Metafísica, el más allá, la modelización desde fuera, en el sentido en que para nosotros se da.
La segunda, para repensar, pensar sobre el tronco en que se asientan esas ramas, el fundamento último del sujeto frente a la situación, la verdad frente a los recursos de sistemas de pensamiento, las prisiones o condicionamientos del lenguaje desde el que pensamos y aprehendemos y expresamos el mundo y la vida, la construcción en común de la universalidad común, la concepción misma de la universalidad. El paso, en definitiva, del contrapunto/perspectiva a lo común, a la mirada hacia arriba, a la pregunta de cómo hacemos crecer desde cada árbol las ramas para encontrarnos en el cielo.
La tercera, para aproximarnos a su formulación de la Filosofía del vivir y de la verdadera vida como idea-fuerza, concepto-clave, intuición, aspiración y guía.
Viaje de las raíces a las ramas pasando por el tronco para encontrarnos en el cielo, que sólo podremos realizar desde la conciencia del árbol por el que circula la savia de nuestra vida, del cauce del río del que somos agua. Para evaporarnos y acercarnos al cielo, para encontrarnos en el mar y avanzar juntos hacia el horizonte donde sale el Sol, y amanece. El mismo Sol, la misma vida, la misma búsqueda. Para todos y cada uno, cada una. Partamos, emprendámoslo, deseemos que en él nos sean propicios los vientos.
II.- Explorar caminos, pensar a contraluz del pensamiento chino
Como matrioskas que se contienen unas a otras, estaciones de tren que nos llevan la una a la otra, a la hora de recoger los frutos de lo explorado, lo pensado al encuentro del pensamiento chino a la luz del propio, se propone en La pensée chinoise François Jullien “faire le tour de son jardin”, y, al visitar los conceptos, anudar entre ellos los diversos hilos, para definir, “plutôt que de concepts confiants dans leur généralité, d’écarts conceptuels fisurant une generalité trop vite accordée, et par là, ouvrant de l’entreautre ces langues et ces pensées”[1]. No se trata, así, tanto de imponer un concepto, un pensamiento sobre el otro; sino de crear un espacio, una tensión creativa entre ellos, a partir de la que puede darse una ampliación de perspectiva en gran angular, una relativización, una evolución, ver lo no evidente, pensar lo no pensado. Avanzar cada uno en el apoyo del otro, con el apoyo del otro. Lo que constituye en sí mismo un enfoque a la china. No sólo, no sobre todo, en el contenido; sino en la forma: frente a la dinámica hegeliana tesis-antítesis-síntesis, co-tesis simultáneas. Conviven el yin y el yang, se complementan e interactúan, y en su interacción evolucionan y se transforman. Todo fluye, todo cambia: ya nos lo dijo Heráclito.
Nos recuerda Jullien al iniciar el camino de La pensée chinoise que un concepto es un útil, un instrumento para desplegar el pensamiento, deshacer los pliegos marcados y fijados. Y se propone explorar el entre, la fisura que se abre al contemplarlo en el espejo de otro, el rayo de luz que se entrevé. Una vez se haya abierto, lo hayamos vislumbrado, nos corresponde, corresponderá a cada uno, la aventura de bajar al pozo, explorar el camino, adentrarnos en el bosque, conocer lo desconocido, pensar lo impensado.
Bien pudiéramos, podemos, como hace Jullien, explicar cada concepto y su contrapunto, y resulta la lectura de su aproximación y análisis, su aprehensión, del todo necesaria para procesarla y asumirla. No pretendo sin embargo aquí repetirla, y a ella encarecidamente os remito; sino, a los efectos de este ensayo, compartiros algunas de las preguntas que su lectura deja tras de sí.
¿Y si, superando la diferenciación entre lo estático y lo dinámico, entre el ser y el devenir, entre situación y evolución en la que estamos instalados y su corolario de causalidad, nos instalamos en la lógica, la perspectiva de la propensión que, lejos de diferenciarlos, los subsume, en la que las cosas, más que ser, tienden, propenden, implican más que explican, maduran y evolucionan, más allá de la cadena de la causalidad de cuya lógica en Occidente no conseguimos salir, que nos lleva de la Física a la Metafísica, de dentro a fuera?. ¿Y si, al liberarnos de la lógica de la causa, nos liberamos de la del fin, y entramos en el discernimiento de la situación?. ¿Y si a su luz nos replanteamos la posibilidad y sentido de la elección, la decisión, y con ello de la libertad?. ¿Y si a su luz dejamos de contemplar la Historia como aquella que hacemos, cuyas causas y eventos desencadenamos y decidimos, lienzo en blanco sobre el que escribir nuestras ideas, camino en el que realizar un nosotros…, y la contemplamos en el ciclo más amplio en que todo fin es principio, en su maduración o “duración lenta” según las líneas de fuerza de su propensión de conjunto, en definitiva no como el agua del río de la vida que nace en la montaña y va a dar en el mar, que es el morir; sino como la que continuamente se evapora para transformarse en nube, para transformarse en agua, para transformarse en río, en el eterno ciclo de la vida que no tiene fin?.
¿Y si salimos del “pienso, luego existo” cartesiano como inicio del camino de nuestro pensar, nuestra Filosofía, y nos preguntamos por lo impensado que descarta ese pensar?. ¿Y, si en lugar de pensar desde el yo, desde el sujeto como principio y fin, pensamos desde la situación, como en los cuadros de los maestros pintores chinos en que el individuo está en el paisaje, forma parte de él, y no tanto frente a él?. ¿Y si, con Sun Tzu, pensamos la estrategia en términos de discernimiento de la situación, sus tendencias y potencialidades, propensiones, los factores y palancas que pueden inclinar conforme a nuestro interés la evolución de ésta?. ¿Y si no somos un orteguiano “yo y mis circunstancias”, sino más bien un yo en mis circunstancias?. ¿Y si en éstas, en la situación, yo no soy sólo yo, sólo causa; sino yo con el otro, en el otro, en relación e interacción, yin con el yang, en la conformación del todo, y por ello mi autonomía no es un predicado absoluto, sino un margen de maniobra en el que defino mi conducta?.
¿Y si, para captar los vientos, las energías que fluyen y conforman la situación y la transforman, no pienso tanto mi acción, mi potencialidad, en términos de libertad como de disponibilidad?. Si sabemos estar abiertos a las corrientes que pasan, los vientos que llegan, los mares de calma o tormenta por los que navegamos en el viaje de la vida, las múltiples oportunidades, experiencias, relaciones y vidas por vivir que se nos ofrecen, si sabemos abrir los ojos, sentir los sentidos; sin perjuicio, sin posición predeterminada, pues “toda posición es una imposición” (2015: 37). Es esa disponibilidad, esa apertura, la que define al sabio: nos dice Confucio que el maestro no tenía ideas, no tenía necesidades, no tenía posición, ni tenía yo. Pues afirmar una idea o una posición, aferrarse a ella, es renunciar a las otras posibles. Dejar de estar abierto a los otros: el Sabio mantiene todas las posibilidades abiertas, no excluye ninguna a priori. De ahí el sentido último y primero de la doctrina del justo medio que caracteriza el pensamiento tradicional chino: no el de la equidistancia; sino el de la apertura, la disposición a aprehender lo que nos ofrezca en cualquiera de sus orillas el río de la vida. No hemos pensado suficientemente en Europa desde la disponibilidad, sujetos a la inercia de pensar desde la libertad, y nos plantea ésta una potencialidad a desarrollar. No se ha pensado suficientemente en China desde la libertad, sujetos a la inercia de la disponibilidad. Implica la disponibilidad apertura a los vientos y oportunidades que nos ofrece la vida. Implica la libertad ruptura con el orden del mundo, en la que se afirma el sujeto. De ambas necesitamos para llegar a ser del todo lo que podemos ser, para vivir verdaderamente la vida. Si la opuesta a la libertad es la esclavitud, su contradictoria es la disponibilidad: la primera nos emancipa, la segunda nos integra. Ambas nos invitan a recorrer su camino.
¿Y si frente a la sinceridad – expresar en todo momento lo que pensamos o sentimos – como verdad que acompaña a la libertad, nos guiamos por la fiabilidad, correspondencia entre lo que decimos y lo que hacemos, conducta sostenida en el tiempo fundamento de la confianza que se basa en la relacionalidad que hace posible y canaliza la vida en sociedad?. ¿No necesita la confianza acaso también de sus sombras, su penumbra, su implícito, su tiempo, sus tiempos, para germinar y madurar; de razones que la razón y su verdad no alcanzan, y sin embargo son?. ¿Acaso no es, en definitiva, lo verdadero, lo auténtico, lo definitivo, lo que decimos con la vida?.
¿Y si, como en China, no diferenciamos entre lo que hacemos queriendo o sin querer; si dejamos de basarnos en el credo de la voluntad?. ¿Si asumimos ésta como producto de la idea de libertad de la tradición griega y de Dios de la cristiana, y de pecado como desafío de nuestra voluntad a la de Dios; y nos preguntamos cómo podríamos haber pensado, podríamos pensar, si no estuviéramos inscritos en esa tradición?. ¿Si dirigimos en cambio la mirada, en la tradición china, al pensamiento de Mencio, para quien no hay, como para Aristóteles, opción preferencial, deliberación y decisión, determinante del acontecer; sino tenacidad, perseverante constancia y coherencia en la acción que puede influir, inclinar una propensión, un proceso que en todo caso por sí mismo se desarrolla, deviene?. ¿Si, como él, no contemplamos siquiera la categoría del querer; y, en lugar de decir querer o poder, dijéramos querer o hacer?. Hacer, simplemente, como si fuera lo único que podemos hacer, sin forzar las cosas, pues lo producente puede ser contraproducente; coadyuvando para que, por su propia maduración, su propia decantación, evolucione la situación en el sentido que deseamos. Tenacidad frente a voluntad que para Mencio define la conducta virtuosa como la rectitud que persiste, la conducta esforzada que se mantiene. Imaginar, sin embargo, que poseemos una voluntad tiene – como bien nos señala Jullien – su incidencia e implicación, entre otras cosas política, pues difícilmente sin ella podríamos imaginar la democracia, la política como conformación de la voluntad colectiva, difícilmente podríamos concebirnos a nosotros mismos como sujetos. De ahí el sentido, la relevancia de hacerla presente; desde la conciencia, sin embargo, de que constituye “una cierta manera de representarnos a nosotros mismos nuestra capacidad tanto de movilización como de resistencia que, más que plegarse al mundo, osa afrontarlo, e incluso se promueve en ese afrontar” (2015: 75).
¿Y si, frente a la frontalidad del combate de falanges de la tradición griega y su proyección al teatro o la polis, y la dialéctica y el razonamiento como tesis frente a antítesis, contraponemos la oblicuidad de la tradición china, recordando con Sun Tzu que en la guerra el encuentro se hace de frente, pero la victoria se obtiene dando un rodeo, con el desvío que permita sorprender al adversario, obtener la ventaja, de modo que, si es posible, obtengamos la victoria sin dar batalla, como fruta madura de la evolución de la situación?. ¿Y si, en lugar de en el ajedrez, con su dinámica de expulsar o matar una pieza – desplazándola del cuadrado del tablero donde está -, inspiramos nuestro pensamiento estratégico en el wei qi (en su denominación china, o go en la japonesa, con la que es más conocido en Occidente), ocupando los espacios vacíos hasta inmovilizar al adversario?. ¿Y si, en la argumentación en el plano del lenguaje, en lugar de a la contraposición, a la contradicción, recurrimos a lo oblicuo, a lo indirecto, a lo sutil, a la insinuación que deja caer, que dice sin decir del todo, pero se da a entender sin sin embargo oponerse, confrontarse?.
¿Y si, en lugar de al método con el que en nuestra lógica establecemos un fin u objetivo y los pasos, etapas o procedimientos para obtenerlo o realizarlo, que nos ilumina un camino para realizar una idea o propósito, ir del pensamiento a la realidad; recurrimos a dar un rodeo explorando las sombras que éste no ilumina, explorando la situación particular y concreta que afrontamos, el terreno que atravesamos y pisamos, lo contemplamos del derecho y del revés hasta encontrar una fisura que podemos transformar en brecha, y ésta en foso transformador de la situación que permita avanzar en el camino, así, oblicuamente, sin la confrontación de la presión directa de la refutación o la imposición, sino más bien permitiendo, incitando la maduración o evolución por sí mismo?. No corresponde al verdadero Maestro enseñar a reproducir el método, a recorrer el camino por él recorrido; sino incitar a su interlocutor a recorrer por sí mismo su camino, encontrar la vía y el sentido que responda a su pregunta. Pues no le corresponde transmitir conocimiento; sino acompañar o incitar en el camino a la sabiduría, ayudar a vencer la resistencia a despertar, a abrir la ventana a la luz.
¿Y si, frente a la lógica de la persuasión en que inscribimos nuestro pensamiento - pensar es, en definitiva, persuadirse a sí mismo -, nuestra Filosofía, nuestra relación dialéctica con el otro, nuestro recurso al discurso, nos inscribimos en la de la influencia, que se disemina, como el viento sopla, como la palabra poética deja su huella, oblicuamente se hace presente, más allá de la dinámica de activo y pasivo que caracteriza la estructura de nuestro lenguaje-pensamiento?. Apenas hemos pensado la influencia, desde la influencia, en Occidente; y sin embargo,
“Porque el pensamiento chino no piensa en términos de “ser” y de indentificación, sino de flujo de energía, de polos y de interacción, o más bien de “interincitación”; porque no piensa en términos de “modificación” y de “continuación”, de pasaje comunicante y de transición; porque, en su gramática, desconoce la distinción morfológica entre los modos activo y pasivo; la noción de “eco a distancia” y de resonancia mutua tiene el lugar de la causalidad (China ha desarrollado muy tempranamente la comprensión de los fenómenos magnéticos… y comprendido el fenómeno de las mareas); porque ha reconocido, en fin, al individuo como persona, pero no se ha preocupado de construir la autonomía del sujeto, China ha situado la influencia en el corazón de su inteligencia. El influenciamiento es, a sus ojos, el modo general de advenimiento de toda realidad, de lo que llamamos “naturaleza” y también de la moral” (2015: 106).
¿Y si, en lugar de la lógica del sentido, del significado, que busca la identidad, la esencia de las cosas y su relato teleológico, su mito explicativo; nos inscribimos en la de la coherencia, que las contempla o comprende en su conjunto, en su interrelación – correlación -, su connivencia, la vive y las describe?.
¿Y si, en coherencia, nos instalamos en la de la connivencia frente a la del conocimiento, como si recuperáramos ese saber primero, intuitivo, que el aprendizaje y el proceso educativo recubre, que nos enseña y comparte la vida, del que la poesía se hace eco, deviene llave, da voz – esa voz del hombre que está dormido en el fondo de cada hombre, de las pasiones y las visiones, esa voz otra con la que Octavio Paz define la poesía en La otra voz -, ilumina lo implícito?. ¿Y si aprendemos a vivir entre el registro del conocimiento y el de la connivencia, ante el paisaje y en el paisaje?.
¿Y si, junto al poder de la modelización, de definir un deber ser y proyectarlo sobre la situación, asumiendo la iniciativa de su transformación, contemplamos y consideramos el poder de la maduración y nos inscribimos en su lógica?. No hay en ésta tiempo muerto, ni perdido: hasta que no se llene el recipiente, no fluirá el agua. Conlleva la modelización la aplicación; implica la maduración el proceso que a ella lleva. En el mundo de la Física y de las cosas; y en el de los humanos y su vida en sociedad. En la estrategia, contraponiendo a la aplicación de un modelo preconcebido el acompañamiento del proceso y la utilización de la maduración de la situación conforme a nuestros intereses y objetivos, y en la política. Adquiere en la lógica de la maduración el tiempo un sentido distinto; pues no hay en ella tiempo perdido.
¿Y si, frente o junto al relato de la revelación y su narrativa de principio y fin, su corolario y ambición de realizar la Revolución en la Historia, con vocación de realizar un fin, de constituir un principio, de parteaguas fundacional entre principio y fin de una era, nos sintonizamos con la dinámica de la regulación, la autoregulación de los procesos que renueva inagotable el fondo de las cosas en armonía con el mundo y con uno mismo, en que todo fin es principio?. ¿Y si contemplamos en esta lógica/principio esa noción central del pensamiento chino que es el Zhongyong – o camino, vía o punto medio o intermedio – no como el de la equidistancia o punto medio, sino como el de la apertura a las posibilidades que nos ofrecen a lado y lado los extremos, a la evolución hacia uno u otro en busca de la plenitud de lo viable y lo vivible?.
¿Y si, en lugar y además de fijar nuestra atención en el acontecimiento sonoro, lo dirigimos también a la transformación silenciosa – imperceptible, tal vez audible – que finalmente aflora, sin que nos demos cuenta cambia para siempre el mundo y la vida?. Como la vida misma en su transformación: todo en nosotros simultáneamente envejece, lo que somos es fruto de un proceso, del que nos damos cuenta al contemplar una nueva cana, otra arruga en el espejo, o a nosotros mismos en la memoria del tiempo. No florece en un instante una flor, ni da en éste el árbol su fruto. No se hace sólo la Historia en el acto, con el acto heroico con que queremos hacerla, con que queremos escribirla como epopeya, ni necesariamente con la urgencia, con la radicalidad, con que quisiéramos tras ello pasar página, poner punto y aparte o incluso punto final; sino también y al tiempo en el tiempo lento en que maduran las cosas, actúan las tendencias y corrientes sociales y naturales que determinan su devenir, el afloramiento de los hechos que encarnan sus transformaciones. Aprendamos a escuchar el silencio de la transformación; a ver la larga ola de la que resulta el acontecimiento sonoro que llega a la orilla.
¿Y si, en lugar y además de seguir, en la estela de los griegos, en el entendimiento de que la determinación hace ser, y por ello pensar es asignar, definir, delimitar la esencia, identificar la identidad, ser el ser, conocer es determinar; dirigimos nuestra atención, nuestra mirada, hacia lo inasignable, lo insondable, y nos preguntamos por ese otro modo de realidad o efectividad de lo evanescente que escapa a la aprehensión delimitante, mas sin embargo está ahí?. ¿Y si pensamos, en definitiva, también lo evasivo, y nos adentramos para ello más allá de la lógica del Ser y su concreción, determinación, más allá de lo que hay y no hay, más allá de la verdad, de lo evidente, de lo que no se deja asir por ninguna propiedad o cualidad en la que se individualice; mas sin embargo está ahí, más allá o más adentro de la Física o la Metafísica?. Como el viento, poder de diseminación y animación sin fin, que difusa, evasivamente se nos hace presente en el aire de un rostro, la actitud de una persona, la atmósfera de un ambiente, el ánimo de una sociedad, el signo de un tiempo. Como el paisaje en el que estamos insertos, que miramos y nos mira, cuya poesía nos susurra poemas de lo que sentimos más allá de los sentidos, de lo sentido. El Tao es el Tao, y no se aprehende, comprende del todo con las asignaciones y determinaciones del Ser lo que en su vía encontramos, el agua de su corriente que con nuestro lenguaje captamos, percibimos. Habrá que pensar más allá de lo ontológico para aprender a captar lo evasivo y su capacidad: “non pas de l’étant, mais du vague; non pas de la connaisance, mais de l’influence; non pas de la règle prédictée, de la loi de la codification, mais de l’incidence et de l’induction”[2] (2015, 182). Tendremos que recurrir para ello a la Poesía para buscarlo más allá del inconsciente/subconsciente de la Psicología.
¿Y si entonces fuéramos más allá de la lógica aristotélica de que hablar sea necesariamente decir alguna cosa, y ello necesariamente significar alguna cosa, fijar la esencia presencia de lo que es en contradicción con lo que no es?. ¿Y si quisiéramos nombrar lo evasivo, escribir sin describir?. Recurrimos fundamentalmente para ello en Occidente a la alegoría, la ficción de presentar un pensamiento sobre la imagen de otro para hacerlo más comprensible, mejor perceptible. Se recurre fundamentalmente en China a la alusión en que se refleja el pensamiento, que despierta a la idea sin nombrarla, a la que evasivamente se refiere. Reclama la alegoría ser interpretada; establece la alusión una distancia que requiere ser aproximada, y al hacerlo capta, siquiera sea fugazmente, oblicuamente, lo evasivo.
¿Y si, en lugar de considerar sinónimos equívoco y ambiguo, diferenciamos entre ellos y exploramos la lógica última a la que nos llaman y nos llevan?. Se da lo equívoco cuando una misma palabra puede tener al mismo tiempo dos significados, dos sentidos distintos. Se da lo ambiguo cuando ésta hace aparecer, bajo la separación establecida por el lenguaje, la indisociabilidad, inseparabilidad de fondo que el lenguaje oculta. Pensar puede ser, así, afrontar el uno y el otro: expulsar lo equívoco y explorar lo ambiguo. Se ha basado en lo primero, en esa búsqueda de la identificación, la delimitación del ser por la palabra, la Filosofía del Ser occidental. Se fundamenta en China la Filosofía del Tao en la búsqueda del fondo esencial, lo indefinible subyacente, lo ambiguo tras las apariencias, conceptos y palabras que no lo captan, no lo aprehenden del todo, que tras su reflejo nos ocultan lo ambiguo. Largo es el camino, mucho lo recorrido en la búsqueda del Ser y su significado, en la erradicación de lo equívoco desde que Platón y Aristóteles lo iniciaron. Profunda es el agua en que sondar la ambigüedad, en que sumergirse a buscarla: necesitamos para ello superar las separaciones, las definiciones, las divisiones entre lo que es y lo que no es, para llegar al fondo de la desexclusión por la que transcurre la vía del Tao. “Penser ne sera plus – nos dice Jullien (2015: 212-213) – se laisser happer par les extrémités… Mais penser sera évoluer entre les deux et se maintenir en tension sous cette double exigence : en même temps qu’on est attentif à chasser l’équivoque de sa parole par les dissociations requises, laisser d’autant mieux apparaître ce qui, en deçà d’elle, est effectivement – foncièrement – ambigu et ne se laisse pas dissocier. Entre les distinctions à faire par ma parole et les distinctions à défaire dans le langage, la pensée-la parole, se maintenant au travail, en activité, ne se laissera prendre au piège ni des mots ni du silence: ni elle ne reste le jouet des mots qui défigurent le pensable ni elle ne cède au silence qui ne pense plus»[3].
¿Y si, en lugar y además de buscar en el más allá al que nos lleva la tradición occidental, que a tantos descubrimientos y avances en el conocimiento nos han llevado, y al tiempo a esa posposición, esa exteriorización del sentido de la vida, de su plena realización, nos adentramos en el entre, a través de él buscamos, nos zambullimos de alguna manera, en lo ambiguo, abrimos la puerta a lo íntimo que en el entre dos habita, puede habitar, sin ser ni el uno ni el otro los hace ser, hace que sepa a vida la vida en la eternidad del instante?. No son el árbol, ni la montaña, ni el lago, ni miramos en él el paisaje; sino entre ellos, con ellos, éste se da. Como la vida en el respirar, entre el extremo del pulmón lleno y el del pulmón vacío. Entre el verter sin vaciar; y el llenar sin colmar, sin desbordar.
¿Y si, en lugar y además de contemplar la realidad de las cosas y los seres en su plenitud, en la estabilidad y estancamiento alcanzado, los percibimos en su surgimiento, en su eclosión, en el boceto del cuadro que pueden llegar a ser, que capta, de alguna manera, lo que no es todavía del todo?. Como si, cuando lo fuera, cuando en su plenitud los vemos, estuvieran ya en decadencia.
Está el mar
en la montaña
Está la montaña
en el mar
Todo lo que sube
baja
Nos permite el estancamiento la plenitud, captar la esencia definidora de las cosas; el surgimiento, el impulso vital que las alienta. Vivir es despegarse de lo que somos, querer ir más allá. Es esa pulsión, ese pálpito. Ese sentir que el futuro es un papel en blanco, y está por escribir. Des-coincidir con uno mismo. “El que ama su vida, la perderá” (Juan, XII, 25). Vivimos en la plenitud, la plenitud; y vivimos en el surgimiento, el surgimiento. Pensar es, así, “obrar conjuntamente (contradictoriamente) entre los dos: entre la determinación de lo propio y su propio llamamiento a la desapropiación; entre la evidencia de la adecuación y la inquietud de lo que ya es pérdida. Es por ello que es legítimo pensar en el rigor de la contradicción, mas también en la profundidad de la ambigüedad: establecer la vocación de la ciencia, determinante de lo que es; mas también sondear lo que, del vivir, lógicamente se le escapa” (2015: 241). Entre la ciencia de la coincidencia y la vida de la decoincidencia, pensemos lo impensable, adentrémonos en lo no pensado.
¿Y si, en lugar de procrastinar, de posponer, de correr en pos del futuro que nunca es, nos detenemos por un momento en el instante, en el ahora, nos hacemos el presente - el regalo – del presente, vivimos la eternidad del instante, dejamos a ese instante plantar su semilla de eternidad?. Como si el presente pudiera abrirse y desplegarse, y todo pudiera estar, ser en él; pues todo lo que es, puede llegar a ser, puede en el presente presentarse. Si nos abrimos a ello, si decidimos no posponerlo, reportarlo, si con nuestra atención ponemos una presa que retenga, aprehenda, aprese el agua que fluye el río de la vida. Si al mismo tiempo nos abrimos a lo diferido, a lo que tiene que madurar, a que el instante de hoy sea semilla de eternidad mañana, a que el tiempo tenga su tiempo, sus tiempos, y se lo tome. En un instante cae la fruta, se abre la flor en que madura una vida. En la eternidad perdura. Si estamos ahí para recibirla. Si tenemos a mano la pluma cuando nos fluye el poema, nos suena la sonata que nos habita por dentro, y escuchamos por fin su voz, la voz en que se hace presente su transformación silenciosa.
“Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan, VIII-32). Conocer la verdad, soñar que nos hará libres: ambición y ensueño que ha movido el avance de la civilización en Occidente, el conocimiento del mundo y de la vida, el llegar a ser lo que pudo ser, descubrir lo encubierto. Se inscribe sin embargo esa visión en la lógica paradigmática subyacente a los conceptos de verdad y de libertad, a cuya luz resultaría nuestra verdad incompatible con otras, que sin embargo tienen sentido a la luz de otras lógicas, otros recursos civilizacionales desde los que desarrollar el pensar. Pues pensamos, en definitiva, desde la lengua y los instrumentos, paradigmas últimos que ésta conlleva, como la correlacionalidad y la ausencia de distinción entre activo y pasivo frente a la estructuración sujeto-verbo-predicado y la estructura causal y subordinante del lenguaje occidental. ¿Y si pensáramos entonces no tanto en términos de verdades contrapuestas como de recursos civilizacionales desde los que pensar lo pensable, abordar lo impensado?. No como un rechazo a la verdad ni a lo mucho que hemos encontrado en su búsqueda; sino contemplando al tiempo nuestro camino en todo aquello que hemos descartado, dejado de explorar en él, y sin embargo han recorrido, explorado y descubierto otras personas desde otras trayectorias, otros recursos civilizacionales. Contemplando nuestra concepción y búsqueda de la verdad como un poderoso recurso que nos ha llevado a pensar todo lo que hemos pensado, que podemos poner y ponemos a disposición de todos aquellos seres humanos que provienen de otras tradiciones, otros recursos civilizacionales. Mas al tiempo contemplamos esos recursos, esos recorridos como caminos que podemos caminar, desde los que pensar lo desde el nuestro no pensado, coherencias, saberes a descubrir que otros para nosotros han hecho y hacen posible, desde los que pensar lo impensado, iluminar lo oscuro, ir como humanidad más allá, desde nuestros respectivos árboles encontrarnos en las ramas y alcanzar el cielo. No tiene así sentido, en este sentido, como la imposición de la única verdad desde nuestra lógica posible, la confrontación dialéctica tesis-antítesis-síntesis tan propia de ella, hasta uniformarnos globalmente todos en ella; sino como la confluencia, la concurrencia que no competencia, entre los diferentes recursos que todo sujeto pensante puede recorrer, puede pensar, y, al hacerlo, ver más allá, transformar y enriquecer su inteligencia y su experiencia. Sin olvidar que, precisamente, ese ir más allá, ese aprehender la verdad y sin embargo seguir buscándola, cuestionarla, desviarse o distanciarse de ella para seguir avanzando, define la esencia misma de la Filosofía, etimológicamente amor de y a la sabiduría que siempre la busca, la sigue buscando. Sin olvidar tampoco - como bien recuerda y señala Jullien – que esa búsqueda hegemónica de la verdad como motor del saber occidental y de la ciencia, ha relegado el del vivir. Y quiere y requiere el vivir de su saber, de la captación de lo inmanente, del recurso a lo íntimo, de razones a las que la razón no alcanza, del recurso a otros recursos. Requiere de la sabiduría del pensar y del vivir.
¿Y si, en lugar del orteguiano “Yo soy yo y mis circunstancias” fuera yo una circunstancia de las circunstancias, la situación de la que formo parte?. ¿Y si no empezara todo en el cartesiano “Pienso, luego existo”; sino fuera éste consecuencia de la estructura del lenguaje-pensamiento en que estamos inmersos, que nos piensa?. ¿Y si, en lugar de la lógica aristotélica en que se es una cosa o la otra, se está en uno u otro estado, y tiene que haber un sujeto, un yo que transforme una en otra, uno en otro; fueran éstas o éstos los extremos de un mismo flujo, yin llamado a transformarse en yang, día que empieza en la noche, noche que empieza en el día, en que el día es?. ¿Y si, en lugar de en el sujeto, nos fijamos en la situación, la coyuntura en que convergen los factores, los impulsos que en tensión o contrapunto interaccionan, se transforman?. Si, en lugar de abrir las páginas de El discurso del método, abrimos las del I Ching, y nos sumergimos en una cualquiera de las situaciones que lo protagonizan. Si pensamos, aprendemos a desarrollar nuestro pensamiento, desde la situación. Si, en lugar de las molestas circunstancias que alteran la planificación militar de Clausevitz, nos inscribimos en el arte de la guerra de Sun Tzu; el arte, en definitiva, de interpretar la situación, sentir el sentido del fluir del agua, el soplar del viento, y en su estela, bajo su impulso, como el que con un leve gesto mueve una gran palanca, o el que deja caer cuesta abajo una bola de nieve, facilitamos que la situación se imponga, ganamos la guerra incluso sin batallas. Si, en lugar de ex–sistir, intentar ser fuera, ir más allá, en la situación aprendemos a descubrir, percibir la esencia, en el instante la eternidad. Si el yo no fuera yo, y no hubiera fuera un Dios al que invocar, al que hacer tú. ¿Y si en lugar de en lugar, lo pensamos todo, nos pensamos todo – sujeto y situación – conjuntamente, simultáneamente y al tiempo, en el tiempo?. Y a partir de ahí, desde ese doble punto de partida o de eternidad, conjuntamente, simultáneamente avanzamos, descubrimos lo cubierto, pensamos lo impensado, vivimos lo invivido, sentimos lo insentido, sentimos el sentido.
Si hacemos y nos hacemos estas preguntas no es – como bien nos señala Jullien – para pasarnos de una a otra lógica, inscribirnos en una línea de pensamiento en lugar de en la otra; sino para tomar una distancia, hacer un desvío, poder desde ella contemplar nuestro propio lenguaje-pensamiento, ponerlo en tensión; y desde esa tensión, en esa tensión, pensar lo impensado, desviarse del terreno balizado de nuestra propia tradición filosófica y cultural, apartarnos del camino y adentrarnos en el bosque, sondear lo no sondeado, explorar lo inexplorado. No podemos salirnos de nuestra propia lógica, de nuestro lenguaje-pensamiento, sin entrar en otra. Como hemos hecho en este recorrido con la china. Como podríamos hacer con otras.
No se trata, así, de buscar la diferencia, que nos lleva a la clasificación, al conocimiento, a la identificación y con ello a la identidad que tendemos a fijar en lo inmutable; sino la distancia, el desvío, que nos permite explorar, sondear, pensar lo impensado, que nos ofrece la fecundidad a partir de la que hacerlo. No se trata, tampoco, de renunciar a la universalidad, sino de concebirla de nuevo: no como aquellos conceptos de una cultura o civilización que se universalizan, que se imponen a otros, o los substituyen; sino como lo común que conjuntamente buscamos en el fondo de cada cultura y lenguaje-pensamiento, en ese fondo de entendimiento común a lo humano que en el diálogo entre nuestros respectivos recorridos podemos descubrir o construir. Ni se trata de renunciar a la antropología clasificatoria de las diferencias de cada grupo, cada sociedad; sino adentrarse al tiempo en la Filosofía del distanciamiento, del desvío, desde afuera, para cada uno desde esa tensión, en ese entre, hacer crecer nuestras ramas para que se encuentren en el cielo, para aprender desde ellas a mirarlo y descubrirlo, a ver lo que hasta ahora no sabíamos ver. De pensar, frente al espejo del lenguaje-pensamiento del otro, lo que frente al nuestro no podemos o sabemos pensar. De no concebir cada cultura o civilización como un sistema cerrado cuyo guion para siempre escrito interpretamos, que nos exige una identificación identitaria; sino como uno de los recursos, de las fecundidades posibles que la evolución humana pone a nuestra disposición para ir más allá. En este mundo globalizado, en esta aldea global, podemos por vez primera ver todos los árboles del bosque, ver y vivir el bosque desde cada árbol, recorrer como savia cada uno desde las raíces a las ramas y, enriquecidos por esa experiencia, desde esa experiencia, avanzar hacia el cielo, y al tiempo hacernos conscientes del bosque por encima de los árboles. Únicamente desde otro árbol podemos ver el nuestro. Únicamente tras haber viajado, experimentado la savia del otro, podremos ver del todo el bosque. Únicamente desde la distancia, en la distancia, podremos alcanzar lo común, en el cielo encontrarnos, pintarlo tal vez.
Únicamente distanciándonos sin abandonarla, sobrepasando la Filosofía del Ser, podremos desarrollar la Filosofía del Vivir, adentrarnos en ella.
III.- Intentar vivir
Nos dice Jullien en La vraie vie que vivimos en una apariencia de vida, de la que aparentamos no darnos cuenta. Y sostiene que es la misión del filósofo, el artista, el pintor, el poeta, cortar la cuerda que nos mantiene a esa apariencia ligados, desvelar lo velado. Como si viviéramos una falsa vida, una no-vida segregada por la vida en la que estamos inmersos, como una inmensa goma de borrar que nos implica aprehender, vivir la verdadera vida que tal vez siquiera olvidamos por no vivirla, tal vez siquiera sospechamos.
Verdadera vida que a veces captamos, entrevemos, a través de la poesía, siquiera sea en la eternidad de un instante. Verdadera vida velada, condicionada en su aprehensión, por la lengua pensamiento en la que estamos inmersos, que sólo podemos captar en la negación, en el distanciamiento, el descarte de lo que no es. Condicionada, en la perspectiva, la tradición europea, occidental, por su concepción como búsqueda de la satisfacción, de la felicidad, que con tanta facilidad se esfuma, se vacía cuando se sacia, por la persecución del ser, la ambición de hacer que sea lo que no es, de realizar ideas en la Historia, por el wozu, la dirección o tendencia a la tiende. En su propia etimología – ex-sistere – existir nos lleva hacia fuera, tal vez hacia el absoluto encarnado por Dios, la finalidad que le dé sentido – significado, sentimiento, dirección – y con ello plenitud. Mas la vida transcurre como el vino en el tonel de Sócrates, agujereado en el fondo, por el que fluye entre el vacío y la plenitud. Discurre la verdadera vida entre ambos extremos: entre la satisfacción y la insatisfacción, entre la realización y el vacío tenemos que aprender a entreverla, a vivirla. Sin dejarnos absorber por el empirismo ni por el idealismo de la Metafísica; pues ni en la vida realista ni en la vida realizada encontraremos la verdadera vida. Ni tampoco en la vida buena, la vida bella o la vida feliz: la verdadera vida no se tiñe de adjetivos, como el agua no se impregna de colores, aunque todos puedan verse a través de ella. Sólo liberándonos de los adjetivos de los que queremos teñirla, con que intentamos realizarla, de la felicidad o satisfacción que perseguimos, de su necesidad para vivir verdaderamente la vida, podremos comenzar a vivirla. Contemplando ese ex-sistir como un precioso recurso para llenar el tonel, sin necesitar que esté lleno. Fluir es vivir, llenando sin que llegue a rebosar, vaciando sin que llegue a vaciarse. La verdadera vida, nos dice Jullien, no está en el paraíso; o, si se prefiere, el paraíso no está en otra parte.
La verdadera vida sólo resulta posible cuando rechazamos perder la vida. Vida perdida: vida resignada, vida deslizada, vida alienada, vida reificada. Resignación que nos lleva al olvido de los posibles, de las puertas que pudiéramos abrir y sin embargo no vemos. Vida deslizada en el olvido de lo que potencialmente pudiera ser la vida, se deja engullir por el ser como el simple estar aquí, el aceptar lo que es, y al hacerlo renunciar verdaderamente a ser. Vida alienada no sólo en el sentido material del marxismo; sino en el existencial, como vida del otro que llevaba mi nombre, decía incluso vivir o no-vivir mi vida, pero no era verdaderamente yo. Vida reificada, consumida, proyectada en las cosas que nos obsesionamos en tener, en consumir; como si en ello nos fuera la vida, como si con ello en verdad la viviéramos. Pues quien cede al deseo de la posesión de las cosas y hace de ello su impulso vital, es poseído por éstas. Obra de teatro por otro - ¿sabemos quién? – escrita, que, sin embargo, sin siquiera quererlo, interpretamos y no vivimos. Pues no vivimos así verdaderamente la vida; y sólo podremos vivirla desde y a partir de la des-resignación, el des-enlizamiento, la des-alienación, la des-reificación.
Es ese “des” un descubrimiento: del velo, de la resistencia de la no-vida a dar paso a la verdadera vida. Y para hacerlo, para sentirla, para encontrar la llave, para conectarnos con ella, recurrimos a la emoción, y recurrimos al arte. Emoción del encuentro en la verdadera vida; o, por decirlo en términos de nuestra tradición occidental, de sentir el alma universal en cada uno de nosotros caída, en que habita lo eterno. Emoción descubridora y desreificadora. Arte para captar el alma, para descubrir, para descifrar y descosificar la vida. Para intentar vivirla.
Intentar vivir, cada uno, cada una. Pues, como nos dice Jullien, podemos enseñarlo todo; mas no a vivir. A vivir debemos aprender cada uno, cada una. Y no podemos hacerlo sino intentando vivir. En el ensayo, en la tentativa, la experiencia, adentrándonos por caminos no recorridos, rechazando la muerte, y a la no-vida. Desde la muerte que viene y frente a ella; pues es en esa tensión entre la vida que surge y la muerte que viene, que se abre en el espacio de la verdadera vida, el pozo por el que llegar a ella, se enciende la luz que la ilumina. Desaprendiendo la pseudo-vida que creíamos vida, buscando en la vida la única fuente y horizonte, rechazando no sólo la muerte que sucede al impulso vital, sino también y al tiempo la que se nos instala por dentro. Vivir es intentar vivir, aprender a vivir; y sólo podemos hacerlo a partir del rechazo de la no-vida. Viviendo en ese rechazo, ese rechazo. No es una opción moral; sino estratégica. La opción.
No se opone el pensar al vivir; sino al contrario: requiere la verdadera vida del verdadero pensamiento. El que piensa lo impensado, se adentra en lo oscuro y lo ilumina, va más allá. Pensando lo no pensado podemos vivir lo no vivido. En su pensar mismo, y a partir de él. Pensando lo impensado podemos pensar la vida por vivir. Pensando lo no pensado podemos vivir lo no vivido, conocer lo desconocido, aprehender lo inaprehendido. Sólo intentando pensar, intentado vivir, podremos aprehender lo inaprehendido, escuchar lo inaudito, percibir lo imperceptible, vivir la vida.
Y para ello y por ello, desde ello, adquiere paradójicamente sentido esa vida no vivida, esa no-vida o pseudo-vida que rechazamos seguir viviendo; pues y como hay que haber vivido el tiempo perdido para vivir el tiempo reencontrado, para en él, desde él encontrarlo, esa verdadera vida esclarecida, revelada a Proust en la antesala del baile del Príncipe de Guermantes, la única vida – como nos dice – a cuya luz ningún tiempo es perdido, pues en nosotros habita, más allá del ahora vive siempre y para siempre la vida.
Es ese rechazo, esa no resignación, ese distanciamiento – como nos advierte Jullien desde su formación en la tradición de pensamiento china -, ese desvío, una opción estratégica para seguir mirando la realidad, y la vida, no para apartarse y encerrarse en otra no-vida, otro pensamiento-prisión; sino para seguir avanzando en la tensión entre el nacimiento y la muerte, entre el tonel vacío y el tonel lleno, fluir como una gota de agua en el río de la vida. Mirar con una mirada nueva, intentar vivir como hasta ahora no hemos vivido, sentir que todo es posible, que la vida es un papel en blanco y está por escribir al terminar estas líneas.
Decir no a la no-vida, rechazarla, es al tiempo decir sí a la vida. Des-cubrirla, des-resignarla, des-enlizarla, des-alienarla, des-reificarla. No permitir, en cada momento, que vuelva a ser recubierta. Decir sí a la vida es decir sí a la poesía; y es decir sí al amor.
Decir sí a la poesía, pues sólo desde la poesía podemos captar, evocar, la ausencia de la verdadera vida, hacerla presente, escuchar su eco. Sólo con ella podemos iluminar la profundidad del alma que nos habita por dentro, despertarla, hacerla presente. Pues, como nos señala Jullien, si la prosa se instala en lo que se deja animar por la presencia, la poesía nos permite captar en ella lo ausente. Captar esa herida original, ese anhelo primero en el paraíso abandonado o perdido, esa verdadera vida que queremos vivir. Que podemos vivir, si intentamos, si podemos hacerlo en clave de poesía. Poéticamente.
Decir sí al amor, pues sólo podemos vivir la vida en la vida. La de los otros seres humanos, la de los demás seres vivos, la del planeta. La vida llama a la vida, la vida engendra la vida, y no tendrá nunca fin… La vida engendra la vida en el amor, en el que la vida se funde con la vida y va más allá. Nos decía Seferis que un alma sólo puede contemplarse en el espejo de otra alma, sólo en ella, con ella, puede del todo ser. Sólo en el otro, con el otro, podemos vivir verdaderamente la vida. Sólo desde el amor, en el amor al otro, a los otros, podemos vivir verdaderamente la vida. Sólo desde el amor, en el amor a la vida, podemos vivir verdaderamente el amor; amar verdaderamente al otro, a los otros. Vivir desde el amor, en el amor: vivir la vida. Enamoradamente.
¿A qué esperas?.
Manuel Montobbio
[1] “más que conceptos confiantes en su generalidad, desvíos/distanciamientos intelectuales que fisuran una generalidad demasiado rápidamente otorgada, y con ello, entreabriendo esas lenguas y pensamientos”. Habiendo leído la obra de Jullien en su versión original en francés, las traducciones al español de las citas son de este autor.
[2] “no lo que está, sino lo vago; no el conocimiento, sino la influencia; no la regla preestablecida, la ley de la codificación, sino la incidencia y la inducción”
[3] Pensar ya no será dejarse atrapar por las extremidades… Sino pensar será evolucionar entre los dos y mantener la tensión bajo este doble requisito: al mismo tiempo que estar atento a cazar el equívoco de su discurso por las disociaciones requeridas, dejar aparecer tanto más claramente lo que, debajo de él, es efectivamente -fundamentalmente- ambiguo e indisociable. Entre las distinciones a hacer por mi palabra y a deshacer en el lenguaje, el pensamiento- la palabra -, manteniéndose en el trabajo, en la actividad, no se dejará atrapar ni por las palabras ni por el silencio: ni sigue siendo el juguete de palabras que desfiguran lo pensable ni se rinde ante el silencio que ya no piensa”.
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