DEL DESCUBRIMIENTO DEL DIARIO DE COLÓN

  • DEL DESCUBRIMIENTO DEL DIARIO DE COLÓN

          Bien podría esta carta que lanzamos hoy en la botella al mar de la web llamarse carta en el barril, pues fue en un gran barril de madera que Cristóbal Colón lanzó al mar una copia de su diario aquella noche de tormenta en medio del Atlántico en que temió que sólo éste regresara tal vez a las orillas de Europa. Se cumplen este 12 de Octubre quinientos treinta y dos años de aquella madrugada en Rodrigo de Triana gritó la palabra “Tierra” desde la nao Santa María al vislumbrar, tras meses en el Océano Atlántico, la isla de Guanahaní, primera tierra americana que pisó Colón. Ese grito forma parte de la Historia de la humanidad y supuso el inicio de un encuentro, un descubrimiento mutuo, que ha cambiado el curso de ésta, que hizo el mundo el mundo en el que desde entonces vivimos, y lo iluminó. Difícilmente día mejor que el de hoy para leer o releer, descubrir o redescubrir el diario que Colón escribió durante ese viaje. Al leerlo, al descubrirlo por mi parte hace once años por estas fechas, escribí el ensayo que, con el título Del descubrimiento del Diario de Colón vio la luz en el blog Ideas subyacentes que entonces publicaba en El País, que podéis leer siempre en éste clicando en el vínculo, y que a continuación quisiera también este doce de Octubre lanzar como carta en el barril de esta web, con el deseo de que, al tiempo que el Diario de Colón, nos inspire para descubrir el mundo con una mirada nueva.

 

 

Del descubrimiento 

del Diario de Colón

 

          Decíamos al presentar la primera de estas Cartas en la botella que sostiene Sloterdijk en Normas para el parque humano que en el fondo la cultura, toda cultura, se compone de una serie de cartas que unos hombres escribieron para los demás hombres – los de su época y aquellos que vendrían después -, intentando en ellas compartir lo vivido y lo soñado, lo aprendido en el camino de  la vida y sus lecciones, escritas tal vez desde la intuición o el convencimiento de que ese compartir al escribir diera sentido a la vida y la prolongara más allá de la vida, con la esperanza tal vez de ser de algún modo en quienes leyeran lo escrito, que pudieran éstos vivir incluso más allá, más lejos, al recibir el saber transmitido en esas cartas, esas obras y esos libros antes escritos. A veces esas cartas, esas obras, se convierten en otras, y ésas en otras; y las primeras y muchas otras incluso se olvidan, o se saben tanto que hasta se pierde la conciencia de que se saben, pasan a formar parte de lo supuesto, lo implícito, lo evidente, lo que no se cuestiona, los supuestos tácitos, los mitos, los axiomas, los teoremas y dogmas, las ideas subyacentes a toda cosmovisión, a toda cultura.

          Hay cartas, obras, que se escriben para contar, reflexionar sobre lo vivido. Y hay hechos que se viven para poderlos contar: constituye su objetivo último y su sentido haberlos hecho, mostrar que era posible hacerlos, que lo que se suponía que no existía existe, lo que se creía que no era es.

          Cuenta Cristóbal Colón en el diario de su primer viaje a las Indias que, ya de regreso hacia España en medio de la inmensidad del Atlántico, la noche de jueves 14 de Febrero de 1493 padecieron una gran tormenta que temieron seriamente que les llevara al naufragio; y entre el fragor de las olas y los vientos, tras los rezos y los votos a la Virgen rogando por su salvación, por si ésta no se diera y “porque si se perdiese con aquella tormenta los Reyes hubiesen noticia de su viaje, tomó un pergamino y escribió en él todo lo que pudo de lo que había hallado, rogando mucho a quien lo hallase que lo llevase a los Reyes. Este pergamino envolvió en un paño encerado, atado muy bien, y mandó traer un gran barril de madera y púsolo en él sin que ninguna persona supiese qué era, sino que pensaron todos que era alguna devoción; y así lo mandó echar en la mar…”

          No sabemos qué hubiera pasado si la Niña y la Pinta no huyeran sobrevivido a esa tormenta. Ni tenemos noticia de que ese barril lanzado entonces al mar hubiera llegado a costa alguna. Ni qué hubiera pasado si de la expedición de Colón hubiera llegado de vuelta solo ese barril, ni si la carta entonces escrita pudiera en tal caso leerse, ni quién la hubiera leído y creído. Pero sí que ante el peligro inminente de que aquella tormenta acabara con el viaje a las Indias y el viaje de su vida, Cristóbal Colón quiso dar cuenta de él, sobre él escribir una carta a los demás hombres. El objetivo y el sentido del viaje no era llegar a las Indias, sino volver de ellas; el descubrimiento, informar sobre él, haberlas descubierto. Pues tal era también el propósito y sentido que había dado a su vida, al que la había dedicado, por el que la había puesto en riesgo.

          Afortunadamente fueron las cosas como fueron y superó esa tormenta; y es hoy esa carta última en ese barril lanzado a la mar en tempestad apenas un párrafo en ese diario cuyo original entregó Colón a los Reyes Católicos como prueba y testimonio de su gesta, y que nos ha llegado resumido y copiado por Fray Bartolomé de Las Casas. Un primer diario, primer escrito, junto a la carta que sobre ese viaje escribiera a Luis de Santángel, sobre un nuevo mundo sobre el que se escribirían después muchas cartas, muchas vidas, hasta hacerlo plenamente el mundo, parte integral y esencial de él, sin el que el mundo no sería ya el mundo. Hasta el punto de que los millones de viajes que apenas en horas se hacen hoy a través del Atlántico, los millones de cartas y libros sobre ese mundo después escritos, los millones de libros de texto y de relatos sobre ese viaje y ese descubrimiento después escritos, nos hacen olvidar o perder el interés por leer aquel diario, testimonio y relato de aquel viaje único e irrepetible por serlo a lo entonces desconocido e incierto, por serlo para que dejara de serlo, para hacerlo conocido y cierto, como después de él sería ya.

          Un diario que vale la pena leer, pues podemos y podremos a lo largo de nuestras vidas realizar infinitos viajes a América; mas solo a través de los ojos de Colón avanzando en sus páginas podremos hacer ese viaje primero, único e irrepetible, del que nacen todos y de alguna manera el mundo. Un viaje que vale la pena hacer en cualquier momento – y a ello, a quienes no lo han hecho todavía, quisieran invitar esta líneas -, pero para el que pueden resultar especialmente propicios estos días de finales de verano y principios de otoño, coincidentes con aquellos en que tuvo lugar, en que – después de tantos viajes a América, años en ella vividos y parte de mi vida a ella dedicada – yo lo he hecho cuando se cumplían quinientos veinte años de él; y particularmente propicios pueden serlo a partir de este doce de Octubre.

          Un viaje que vale la pena porque no es una epopeya, ni una odisea, ni una leyenda heroica: es un diario, pero y precisamente por ello tiene más fuerza que cualquiera de ellas. Pues es el relato real de un hombre real, el relato de un viaje cuya realidad supera la imaginación. El relato de un hombre de un hombre de carne y hueso en que están presentes las grandezas y pequeñeces del alma humana, las pasiones y los vicios, ambiciones y mezquindades, valentías y miedos que alientan el comportamiento de los seres humanos. Y que por ello, precisamente por ello, podemos hacer, sin quedar indiferentes, cualquiera de los seres humanos.

          Quienes lo emprendan conocerán a través de sus páginas la preocupación por anotar y comunicar distancias menores a las recorridas en el viaje de ida, y evitar así el miedo a la lejanía y el deseo de volver atrás; la esperanza y la duda ante los primeros signos de la cercanía de tierra; la emoción ante su descubrimiento; el deslumbramiento, el embelesamiento, la maravilla ante ese nuevo mundo, nuevos paisajes, nuevos seres, nueva flora y nueva fauna; y la impresión, por momentos diríase admiración, nostalgia de la inocencia, el paraíso o la edad de oro perdida, ante la mansedumbre, desprendimiento y bondad natural de los indígenas – siempre desnudos ellos y ellas, como observa en cada caso o encuentro Colón, “tal como sus madres los parieron” -, mas al tiempo la preocupación, en parte obsesión, por buscar y dar cuenta de todo aquello que justificara ante los Reyes la rentabilidad e interés de la empresa, como las riquezas y potencialidades de la tierra encontrada, y especialmente la búsqueda y los signos de oro, y destacar lo dispuestos que estarían los indígenas a hacerse cristianos, la preocupación por acumular objetos, y también indígenas, que mostrar a la vuelta; los riesgos y la preocupación por la desunión que pudiera desatar la codicia, y la desconfianza ante la autonomía en la Pinta de Martín Alonso Pinzón, el hundimiento de la Santa María y la decisión al partir de ella de dejar a parte de la tripulación en el fuerte de Navidad, y de emprender el viaje de regreso a España, a la que subyace la intuición de que solo de nuevo en la mar desconocida mantendrá su autoridad, de que resulta más importante poder regresar para contar lo descubierto que seguir descubriendo, que tras la pérdida de la Santa María resulta demasiado grande el riesgo de no volver y que sin esa vuelta nada habría tenido sentido; la preocupación, acertada, por ganarse a los indígenas con la amistad y el mantenimiento de la creencia de que habían venido del cielo, y la angustia por las consecuencias que pudiera tener, después de amistosos y cordiales encuentros con miles de indígenas a lo largo del viaje, el único enfrentamiento violento con los indios caribes para quienes quedaban en el fuerte de Navidad; la mayor confianza en la vuelta que depende en buena medida de sus conocimientos del rumbo, y la preocupación por contar solo con tres gentes del mar en la Niña; las tormentas y las angustias, de las que la citada de la noche del 14 de Febrero resulta el punto culminante; y avistar Santa María de las Azores cuando ya todo pareciera perdido; el reto de hacerse respetar por los portugueses de allí, la angustia de ver retenida por ellos la mitad de la tripulación y la alegría de recuperarla; la llegada a Lisboa y ese primer fluir de las multitudes maravilladas por el acontecimiento, que intuían que inauguraba una nueva era; ese llamado para verle del Rey de Portugal que anunciaba la atención a su gesta; y entrar por fin el 15 de Marzo en la misma barra de Saltes de donde salió, donde tantos de sus habitantes temían que nunca los volverían a ver.

          Un relato en que pasan días, como en la vida, que merecen apenas un par de líneas, en que apenas pasa nada más que la mar que pasa, por la que pasamos. Y pasan otros, como ese 14 de Febrero de la tempestad terrible, en que vivimos o pensamos, o descubrimos o nos damos cuenta de cosas, hechos o ideas que para siempre nos marcan, nos acompañan, hacen de nosotros aquel que los ha vivido.

          Un relato real conocido en tiempo real, al tiempo que Colón avanza, cual héroe victorioso regresado de otro mundo, triunfal a través de la península hasta su triunfal entrada, precedido de indígenas y muestras del mundo descubierto, en Barcelona para presentarlo a los Reyes Católicos, y mostrar así su descubrimiento, descubrirlo del todo, pues solo del todo se descubre otro mundo cuando se muestra al propio.

          Tal vez supiera o intuyera que con el paso del tiempo las grandes gestas y hazañas de los hombres se tergiversan o inventan, se transforman en leyenda negra o blanca y tal vez en mito, y escriben según su interés la Historia quienes detentan el poder para hacerla. Y tal vez por ello quisiera dejar testimonio de su historia para cuando fuera ya Historia, para con él a ella pasar.

          Forma parte de nuestra cultura, desde la Odisea al menos, el relato del viaje, arquetipo de la tarea del héroe, argumento tipo del relato por antonomasia, y de alguna manera de la vida y su aventura. Tal vez pudiera un guerrero llamado Ulises tras la guerra de Troya haber regresado a Ítaca venciendo mil dificultades y peligros; mas no escribió Ulises su diario, sino cantó otro su gesta mucho después de que nadie pudiera conocer ya su propio relato.

          Si es la lectura ese conjunto de cartas y obras de lectura compartida que conforma una cosmovisión común, el nosotros que somos y el mundo en que somos, qué duda cabe que pocas entre ellas lo han hecho como ese diario de Colón en ese viaje entre el 3 de Agosto de 1492 y el 15 de Marzo de 1493. Las muchas cartas a que ha dado lugar, o precisamente por ello, no deberían privarnos de la lectura de esa carta primera, fundacional, del nosotros que somos,  de ese viaje primero que podemos hoy y siempre emprender gracias a la pluma y a través de los ojos de quien no lo quiso hacer solo para sí, sino para todo aquel que quiera emprenderlo a través de sus páginas.

          Pues es la tarea de Ulises en el fondo la del héroe que es héroe, que cuenta con las fuerzas extraordinarias y los favores que le conceden los dioses, y es por ello el suyo un viaje poblado de seres fantásticos que solo en los versos de Homero habitan. Y es el de Colón el de un ser humano que se maravilla ante la diversidad y lo infinitamente común de los seres humanos, ante la maravillosa realidad del mundo real que no conocíamos, la maravilla de conocerlo y la emoción de darlo a conocer. Y es su tarea la del ser humano que al confiar y ejercer sus capacidades humanas se hace héroe: al confiar en la razón y la intuición que le dicen, contra lo que decían las leyendas y los mitos, las creencias y los relatos cosmogónicos, que el mundo es redondo. Y quiere confirmar esa hipótesis, realizar esa idea, descubrirla, mostrarla y demostrarla: con la palabra y la razón para convencer, con la vida que pone en riesgo para vencer. Y he ahí el valor: iluminado solo por una idea, por la interpretación de los signos que veía en la realidad que otros no veían, adentrarse en lo oscuro, más allá del fin del mundo, sin saber siquiera, en el caso de que fuera redondo, cuán grande pudiera ser, qué dimensiones pudiera tener el viaje; y a medida que avanza iluminarlo para siempre. Realizar una idea en la Historia, frente a las inercias y las creencias, y al hacerlo descubrir la realidad. Descubrir el mundo. Pues frente a la menos polémica sobre si Colón descubriera América y el nombre de ésta, no de debemos olvidar que, más que las Indias o América, con ese viaje, ese diario, Colón descubrió el mundo: nos lo descubrió, nos lo mostró en su esfericidad real; y con ello no solo América, sino el mundo hasta entonces conocido, el mundo que era hasta entonces el mundo, como parte del mundo. Y sobre todo a nosotros en él. Y por ello de alguna manera nos descubrió también.

          “3 de Agosto de 1492.

          Partimos viernes tres días de Agosto de 1492 años de la barra de Saltes, a las ocho horas. Anduvimos con fuerte virazón hasta el poner del Sol sesenta millas, que son 15 leguas; después al Sudueste y al Sur, cuarta del Sudueste, que era el camino para las Canarias.”…

          ¿Sigues?... Que te sean propicios los vientos en el viaje a través de sus páginas.