Cuando en el invierno de 2006 recibí la llamada del Subsecretario de Asuntos Exteriores diciéndome que el Ministro me proponía que fuera como Embajador de España a Tirana, me pilló de sorpresa pues, entre todos los destinos que había imaginado que pudieran cubrirse entonces, nunca hubiera contemplado Tirana. España no tenía entonces Embajada en Albania, de la que lo primero que se vino a la memoria fue la inscripción en nuestros pasaportes en la época de Franco, que rezaba “válido para todo el mundo, excepto para Albania, Corea del Norte y Mongolia Exterior”. “¿Tirana?. Pero si allí no tenemos Embajada”, le dije. “Precisamente por eso, hemos decidido abrirla, y creemos que puedes ser la persona adecuada para ello”. Y allí me encontré a principios de Julio, con un laptop y un móvil destinado en una Embajada que había que crear. Ya desde antes de mi llegada a Tirana a aquella habitación del hotel Sheraton a partir de la cual alumbramos la Embajada, la figura y la obra de Ismail Kadaré se hizo presente, desde las primeras conversaciones y contactos tras mi nombramiento, como clave para la comprensión y aprehensión del alma y la esencia de Albania, la epopeya y el drama colectivo de su Historia contemporánea. Así, al preguntarle al diplomático que ya estaba destacado en la Embajada de Italia en Tirana y que me acompañaría en aquella aventura, Ignacio Cartagena, qué primer libro me recomendaba para aproximarme a conocer la esencia de Albania, sin dudarlo me recomendó El expediente H de Ismail Kadaré. Al conocer a la Embajadora de España en Madrid, Anila Bitri Lani, entre las personas con quien me puso en contacto estaba el traductor de Kadaré, Ramón Sánchez Lizarralde, quien había llegado a esa dedicación a partir de su estancia – junto a su compañera en aquella aventura y en la vida, María Roces, quien ha tomado tras su fallecimiento su relevo como traductora de Kadaré y otros autores albaneses –, en la Albania de Enver Hoxha, en la que había trabajado como locutor en español en Radio Tirana Internacional y habían vivido en las casas reservadas a los internacionales solidarios con el régimen, ahí en la carretera a Elbasan, a las que tantas veces iría en Tirana al haberse ubicado en éstas la Tirana International School, la escuela americana en la que estuvieron escolarizados mis hijos, en un cambio pendular de dedicación, como tuvieron otros edificios, ilustrativo de la transformación vivida por Albania tras la caída del comunismo. De esa Albania a la que nuestros pasaportes de entonces no eran válidos para ir, de la Albania de siempre, del alma de Albania, y por supuesto de la obra de Ismail Kadaré, y de la de otros autores y figuras de la cultura albanesa, la conversación y la relación con Ramón fue desde entonces fuente de conocimiento. E incluso, al despedirme de César Antonio Molina, entonces Director del Instituto Cervantes, a quien visité para explorar las posibilidades de contribución de éste a la difusión del español en Albania, hablamos sobre la concesión del Premio Príncipe de Asturias de las Letras aquel año a Amos Oz, conforme había decidido el Jurado de éste en el que había participado, y me comentó que Ismail Kadaré había sido uno de los finalistas, expresando su convencimiento de que algún día sería el premiado…
Como explico en mi libro Tiempo diplomático, tiene todo destino diplomático sus fases de desarrollo en el tiempo, sus tiempos, su tiempo diplomático que se inicia, una vez ya en destino, con la toma de contacto y de conocimiento, la introducción en el mundo del otro, la vivencia, comprensión y aprehensión progresiva de éste, el establecimiento de relaciones y vías de interlocución con los actores relevantes del Estado y de la sociedad, con lo que podríamos llamar el despliegue. Despliegue en este caso y como en ningún otro, fundacional; pues la apertura de una Embajada implica escribir sobre la pizarra en blanco de una relación bilateral a construir sobre el terreno, empezando por la propia organización y puesta en marcha de la misión diplomática. Acompaña este conocimiento de los dramatis personae el seguimiento de la actualidad por los medios de comunicación y la inmersión en la lectura de la Historia, la Economía, el sistema político e institucional, la política, la sociedad y las relaciones internacionales del otro, y, muy especialmente, de su Literatura. Acompañó a este despliegue, a esta inmersión en el mundo de las hijas y los hijos de las águilas la lectura, libro a libro, de la obra de Kadaré. Pasaba éste entonces épocas en París y otras en Tirana. Instalado ya en Albania, desplegadas las velas de mi viaje diplomático por éstas, al conocer que había llegado a Tirana para iniciar otra estancia en la capital, a través de amigos comunes le contacté y les invitamos mi esposa y yo a comer en la Residencia a su esposa, Helena, y a él.
No era Kadaré, como pudiera haberlo sido, frecuentador de las recepciones y la vida diplomática, ni en general de la vida pública de Tirana. No sé lo que esperaría por su parte, pero en aquella comida, que se prolongó en una larga sobremesa, acabamos hablando de muchas cosas, sobre Albania, sobre el poder, la libertad y el alma, sobre su obra de la que le transmití mis análisis e impresiones, sobre la Literatura en general y la vocación y oficio de escribir, sobre la condición humana y el hacer de la Historia y tantas otras cosas, que hicieron de ella el punto de partida de otras comidas, otras conversaciones en las que se fue construyendo una relación y aprecio mutuo en sus sucesivas estancias en Tirana. Recuerdo especialmente la emoción compartida, una mañana de primavera en la Residencia, de la ceremonia de imposición de la condecoración de Comendador de la Orden del Mérito Civil a Ramón Sánchez Lizarralde por su contribución al conocimiento mutuo entre España y Albania y de la Literatura albanesa en español, y muy especialmente de la obra de Ismail Kadaré. La emoción, también, con que recibimos en 2009 la noticia de que el Jurado del Premio Príncipe de Asturias de las Letras se lo había concedido “por la belleza y el hondo compromiso de su creación literaria”. A modo de desarrollo y explicación, sostenía el Jurado: “Ismaíl Kadaré narra con lenguaje cotidiano, pero lleno de lirismo, la tragedia de su tierra, campo de continuas batallas. Dando vida a los viejos mitos con palabras nuevas, expresa toda la pesadumbre y la carga dramática de la conciencia. Su compromiso hunde las raíces en la gran tradición literaria del mundo helénico, que proyecta en el escenario contemporáneo como denuncia de cualquier forma de totalitarismo y en defensa de la razón”. La emoción, y la conciencia de que con ello desde España se otorgaba el mejor reconocimiento que podía recibir la cultura albanesa a través de su figura más destacada y universalmente reconocida, con el valor simbólico que ello complotaba para el fortalecimiento de nuestras relaciones y reconocimiento y conocimiento mutuo.
Recuerdo como si fuera ahora su discurso en el Teatro Campoamor de Oviedo y la recepción del premio del entonces Príncipe Felipe, sentado yo tras él en el escenario, como nos situaron a los embajadores de España en los países de los respectivos premiados, y su reivindicación de Don Quijote en la vida de Albania y universal, atravesando todos los regímenes y situaciones, muestra de la independencia de la Literatura. Y sobre todo se me hace presente el sentimiento compartido de sueño realizado entre quienes le acompañamos aquellos días en Oviedo, además de su esposa Helena, Anila Bitri Lani y Ramón Sánchez Lizarralde; mientras en toda Albania y en el mundo de habla albanesa la ceremonia se seguía por televisión como un momento histórico merecedor de toda la atención y la audiencia. Recuerdo también a Kadaré diciendo a los periodistas que su gran mérito había sido hacer Literatura normal bajo un régimen anormal.
La comida de despedida previa a la finalización de mi destino en Albania en Enero de 2011 supuso el fin de esa habitualidad en el trato con Kadaré, mas no de la relación con él. Pues tras el personaje que fuimos permanece la persona que siempre somos, queremos ser, seguir siendo, y para serlo recurrimos a la escritura. Escritura, en primer lugar, de mi ensayo “Entrar en Kadaria”, para explicarme y explicar al mundo de habla hispana su mundo literario y la esencia y claves de su obra, publicado en Revista de Occidente en Diciembre de 2011. Escritura, entre Marzo y Julio de 2010, de mi Guía poética de Albania, procesamiento de la experiencia acumulada y del mundo que había traducido como diplomático y se me había quedado dentro como persona. Nos invita Guía poética de Albania a hacer un viaje a Albania que lo es a la vez hacia uno mismo, en el que, partiendo del procesamiento poético de la experiencia vivida, nos acerca a la esencia y alma de Albania, su drama, sus mitos y su universo simbólico. Un viaje hacia dentro y hacia fuera a través de las cinco estaciones o etapas en las que se estructura – Guía de Albania, Tirana, Búnkeres, Mujeres-hombre y Cielos de Albania –, sinfonía en cinco movimientos en los que nos adentramos en la realidad y la vivencia de los grandes hechos definidores de la Albania contemporánea y sus referentes colectivos y en las grandes cuestiones y anhelos que afrontamos en nuestro navegar con la vida en el mundo, en el viaje hacia la esencia, para ser plenamente todo lo que podemos ser, el regreso a Itaca que está en el viaje. Vio la luz de la letra impresa en español en 2011, editada por Icaria Editorial, y en albanés en 2012, editada por Poeteka como Udhërrëfyesi poetik i Shqipërisë y traducida por Mira Meksi y Lorida Demiraqi.
Es para los albaneses el huésped el amigo al que se debe toda atención, toda hospitalidad, toda protección, pues la besa, la hospitalidad, es sagrada, como bien refleja Kadaré en Abril quebrado o tantas otras obras suyas. En su presentación en Madrid, María Roces dijo que con Guía poética de Albania yo mostraba a los albaneses que me había convertido en uno de los suyos, conformaba con ellos un nosotros común, pues les devolvía con el libro un mundo, su mundo recreado y creado, en agradecimiento y respuesta por haberme acogido en él, en agradecimiento y respuesta a su besa. Da lugar la introyección del mundo del otro a su extroyección procesada poética o literariamente: en esta metamorfosis, esta alquimia, pasamos de ser uno de otros a ser nosotros, contribuimos a nosotros que con los demás, en los demás somos. Marcaba de alguna manera el inicio de esa metamorfosis del personaje que pasa a la persona que permanece y se queda esa presentación de la versión original en España; mas no podía la besa ser correspondida del todo sin el inicio de la andadura de Udhërrëfyesi poetik i Shqipërisë en Albania.
Aterricé de nuevo en Albania en Noviembre de 2012. En el aeropuerto estaba esperándome Arian Leka, poeta y editor de Poeteka, con los primeros ejemplares de Udhërrëfyesi poetik i Shqipërisë. Venía para la presentación de mi libro Salir del Callejón del Gato. La deconstrucción de Oriente y Occidente y la gobernanza global, que había publicado en albanés el Albanian Institute for International Studies AIIS como Të dales nga rrugica e maces. Dekonstruksioni i Lindjes dhe i Perëndimit dhe qeverisja globale, y para participar como autor en la Panair i Librit – la Feria del Libro de Tirana, que durante mi destino en Albania había visitado institucionalmente cada año cuando se celebraba en Noviembre – firmando en el estand del AIIS ambos libros publicados en albanés. Recuerdo, estando en el estand, el revuelo que indicaba, como siempre, que Kadaré había llegado a la Feria. Y ahí, al cabo de un rato, me presenté en su estand para darle la sorpresa de que me encontraba de nuevo en Tirana, explicarle y saludarle, esta vez de autor a autor, y quedar para vernos con más tranquilidad, como hicimos un par de días después. En aquel encuentro, al regalarle un ejemplar dedicado de Udhërrëfyesi poetik i Shqipërisë, sentí que de alguna manera en ese momento cerraba un círculo, se cumplía la besa, el retorno de lo mucho recibido en el viaje que empezó, entre otras cosas con la lectura de El expediente H, y se me hizo presente su escena final. Nos relata El expediente H la historia de dos profesores de la Universidad de Harvard, expertos en Homero, que pretenden mostrar la pervivencia de las epopeyas homéricas en las recitaciones de los rapsodas ambulantes que acompañados de su laut recorrían todavía a principios del siglo veinte las cumbres heladas de Albania, e intentan grabar, con unos magnetófonos tempranos, su voz que un día desaparecerá, como si capturaran su alma para desentrañar el misterio del primer rapsoda, el ciego Homero, que quizás no había sido uno, sino una sucesión de rapsodas anónimos que colectivamente habían acompasado la Ilíada. Termina la novela con el protagonista en el barco en el que deja Albania: al contemplar su costa, la vista se le nubla y, en la nueva penumbra, coge en laut y empieza a cantar las epopeyas que tanto había registrado…
Recordar es revivir con el corazón: la noticia del fallecimiento de Ismail Kadaré el pasado 1 de Julio me ha hecho revivir con el corazón estos y tantos otros recuerdos que ahora os comparto en esta carta en la botella que en su honor arrojo al mar de la web. Y me ha llevado a escribir el artículo “Ismail Kadaré: Literatura, poder y libertad”, que sintetiza la esencia de su obra y que El País me ha hecho el honor de publicar en su suplemento literario Babelia el 5 de Julio, que podéis leer clicando en el título. Viven los escritores en su obra más allá de su vida. Crea la obra de Kadaré un mundo, un universo propio que algunos han llamado y bien puede llamarse Kadaria. Un mundo poblado de sus personajes y argumentos, mitos y leyendas y motivos que se reencarnan y desarrollan como los cristales de un mismo caleidoscopio o los distintos ángulos y pedazos de un solo cuadro cubista, más capaz de captar la realidad en su esencia que cualquier fotografía descripción racional de la misma. Una Kadaria que podemos inscribir entre los mundos del realismo mágico a que ha dado luz la Literatura contemporánea. Una Kadaria que para siempre en nosotros vive, en la que siempre vivimos, que para siempre agradecemos a Ismail Kadaré. Una Kadaria a la que os invito a entrar leyendo mi ensayo “Entrar en Kadaria”, que reproduzco a continuación tal como fue publicado por la Revista de Occidente.
Manuel Montobbio
Kadaria,
Luna inspirada por Ismail Kadaré
de Julio de dos mil veinticuatro.
ENTRAR EN KADARIA
Una aproximación a la obra de Ismail Kadaré
Puede parecer un alarde de imaginación que en La estirpe de los Hankoni de Ismail Kadaré uno de los miembros de dicha familia inventara, en la segunda mitad del siglo XIX, un alfabeto secreto para uso de ésta, pues “en los últimos tiempos estaba de moda en Gjirokaster, en las viejas familias, disponer de un alfabeto secreto”. Y sin embargo refleja de algún modo el debate, alumbrado por la Rilindja o renacimiento cultural albanés, sobre la necesidad de que una lengua que los albaneses escribían en alfabeto árabe, cirílico o latino según fueran musulmanes, ortodoxos o católicos contara con un alfabeto común que pudiera hacer de ella lengua de educación y de cultura. Pues hace apenas un siglo, los escritores y la imprentas de las tierras albanesas se estrenaban en el uso único del alfabeto latino adoptado meses atrás en el Congreso de Monastir (noviembre de 1908); y las escuelas promovidas por los artífices de la Rilindlja que, desde la fundación de la primera en Korca en 1875, intentaban abrirse un espacio ofreciendo educación en albanés - frente a las oficiales en turco y otras que ofrecían enseñanza en griego y otros idiomas -, enseñaban por primera vez un alfabeto y una ortografía común a todos los niños de las tierras albanesas del Imperio Otomano.
Proveniente del antiguo ilirio, la lengua albanesa ha sobrevivido y convivido en sus tierras con el griego de sus colonias costeras, el latín o el turco a lo largo de los siglos en que éstas estuvieron englobadas sucesivamente en el imperio romano, bizantino y otomano. Constituye, junto al vasco y al griego, una de las tres lenguas anteriores al latín que continúa viva en los confines del antiguo Imperio Romano, elemento definidor y aglutinador de la identidad nacional albanesa. Pues - divididos desde el 398 por la línea de Teodosio entre el Imperio Romano de Oriente y el de Occidente, lo que marcará después un norte católico y sur ortodoxo, y durante el período otomano en buena parte convertidos al Islam, distinguiéndose en su seno a suníes y bektashíes - difícilmente la religión o una estructura política común podían reemplazarla como elemento que al tiempo hace de los albaneses un nosotros y los diferencia de otros. Por ello, el movimiento histórico que, en el contexto de finalización de la presencia otomana en los Balcanes en la segunda guerra balcánica, llevará a la proclamación de la independencia de Albania el 28 de noviembre de 1912, tiene sus orígenes en la afirmación de la lengua y la cultura albanesa, a la que, de alguna manera, da a su vez la oportunidad y motivación de desarrollarse plenamente como lengua de educación, comunicación y creación. Como dijera el gran poeta de la Rindlija Naim Frasheri, pionero en el uso literario contemporáneo de la lengua albanesa, la verdadera religión de los albaneses es la albanidad, y la esencia de la albanidad, el elemento que los aglutina e identifica, es la lengua.
Las declaraciones de Ismail Kadaré, al ser preguntado sobre su experiencia creadora bajo el totalitarismo de Enver Hoxha, en el sentido de que intentó hacer una Literatura normal bajo un régimen anormal, adquieren posiblemente su dimensión última en dicha perspectiva. Escribir Literatura normal bajo un régimen que intenta controlar, como metafóricamente nos revela en Spiritus o en El Palacio de los Sueños, no sólo las acciones de sus ciudadanos, sino también sus pensamientos, sus conciencias e incluso sus sueños, haciéndoles sentir que no son nada ni nadie frente al Estado y su poder que lo es todo, constituye ya en sí mismo, bajo cualquier dictadura, una limitación, tal vez la única posible, al totalitarismo de ésta; pues, siquiera sea en el limitado espacio de un papel en blanco, alguien escribe guiones y crea personajes y mundos no dictados por el Gran Líder que escribe las páginas solemnes de la Historia en el pueblo y en las vidas de todos y cada uno de los ciudadanos; siquiera sea en el papel en blanco bajo la pluma del escritor que escribe literatura normal la libertad encuentra el que sea tal vez su último refugio. Pues escribir literatura normal es, ante todo, escribir en libertad, la libertad de escribir.
Pero cuando se escribe en una lengua que se afirma en la Historia como aglutinadora y presentadora en el mundo de un pueblo, escribir literatura normal, y muy especialmente escribir literatura universal, es, también, un acto de construcción nacional, de desarrollo colectivo frente al nosotros de los hablantes de ésta y frente al mundo; de contribución, a través de nuestra creación literaria, de nuestro nosotros particular al compartido con todos los seres humanos, de nuestra cultura a la cultura universal, de nuestro mundo al mundo, que puede hacer al tiempo que nuestro mundo sea más el mundo y el mundo más el nuestro.
Y si tal es, por el hecho de haber sido y ser, el caso de la literatura de Kadaré, tanto más lo es por su contenido. La Historia siempre la escriben los vencedores, y la de una Albania a lo largo de ésta parte de imperios cuyo centro de poder ha estado más allá de ella difícilmente ha podido ser escrita libremente desde ella, ni tampoco fácilmente pueden reflejar los documentos y testimonios de los poderes dominantes las perspectivas y vivencias de los dominados. Así, cuando Albania nace como Estado independiente afronta no sólo la responsabilidad y el reto de escribir su Historia frente a sí misma y al mundo en las páginas en blanco del futuro; sino, al tiempo y también, el de desentrañarla entre las historias de la Historia del pasado, escribirla; como todo pueblo o nosotros que lo hace, inscribir el nosotros de ahora en el siempre, en el tiempo y a través de él. De construir, o identificar tal vez en el subconsciente colectivo, los mitos o referentes fundacionales que, unidos a veces por invisibles hilos, conforman o pueden conformar el imaginario colectivo compartido. De escribirla en libros de Historia que nos revelen a través de sus huellas y evidencias los hechos del pasado, sin duda; pero también en novelas cuya lectura simbolice, encarne o explique, acercándola a nuestra humanidad de hoy y de siempre, una época o un personaje histórico. Tal es el caso, en buena medida, de la obra de Kadaré: sea lo que sea que nos hayan revelado o nos revelen en el futuro los historiadores con sus investigaciones, difícilmente quien haya leído Los tambores de la lluvia, El nicho de la vergüenza, El año negro, Crónica de la ciudad de piedra, Noviembre en una capital, o El suicidio – por citar sólo algunas de sus obras - podrá olvidarse de ellas cuando se aproxime a la figura de Skanderbeg y la resistencia a la ocupación otomana, o a la de Ali Pasha de Tepelena y su rebelión frente a la Sublime Puerta, o a los avatares que sufrió Albania tras su declaración de independencia en el año negro de 1914, o a la lucha contra la ocupación extranjera durante la Segunda Guerra Mundial, o al suicidio o inesclarecida muerte de Mehmet Shehu; difícilmente podrá borrarlas de su relato e imaginación de la Historia. Fácilmente, por el contrario, podrá verse atraído su interés hacia un mayor y mejor conocimiento de ésta.
¿Qué es lo que hace sin embargo que una obra literaria tenga interés no sólo por lo que revela o rebela de la Historia o las costumbres, tradiciones y mitos de un pueblo, especialmente más allá de éste?. Tal vez su conexión con las almas de las que, Platón dixit, nuestras existencias son pálido reflejo, con la esencia de las preocupaciones, los dramas y los anhelos que más allá o a través del tiempo y el espacio han poseído y poseen a los seres humanos y las sociedades que conforman, las razones que la razón no alcanza, pero tal vez la Literatura sí. La Literatura tal vez sí; pero no cualquiera; sino entre todas aquella capaz de hacer el viaje de las preocupaciones y anhelos, argumentos y mitos que conforman el siempre del ser humano y el mundo a las del espacio y el tiempo que a través de sus personajes y argumentos capta el escritor en su obra, dotándole de la clave secreta que pueda a través del recorrido de nuestros ojos por sus páginas despertar el alma dormida que habita en nosotros, identificarnos con sus personajes y situaciones, sentir que sus vidas de ficción, sus pesadillas, vivencias y sueños viven en nosotros, despiertan tal vez del sueño en que en nuestro interior estaban dormidos, nos hacen ver lo evidente como si siempre hubiera estado allí, vivir la vida con un sabor distinto y a la vez mejor, un sabor a vida más viva.
Si de la Filosofía alguien ha podido decir que son notas a pie de página de los escritos de Platón, de la Literatura podría decirse también que está constituida por infinitas reescrituras y variaciones de la epopeya homérica y las tragedias griegas, por lo menos hasta esa otra mirada del mundo y de la vida que, como nos revela Milan Kundera en El arte de la novela, nos proporciona la novela moderna que Cervantes alumbra con El Quijote. La de Kadaré no es, desde luego, excepción a esta regla. Como dice el acta del Jurado que le ha concedido el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2009,
“narra, con lenguaje cotidiano, pero lleno de lirismo, la tragedia de su tierra, campo de continuas batallas. Dando vida a los viejos mitos con palabras nuevas, expresa toda la pesadumbre y la carga dramática de la conciencia. Su compromiso hunde las raíces en la gran tradición literaria del mundo helénico, que proyecta en el escenario contemporáneo como denuncia de cualquier forma de totalitarismo y en defensa de la razón.”
Como cualquiera de esta naturaleza, destinado a constituir una primera aproximación a una obra literaria para el público que hasta entonces la desconoce, difícilmente para éste puede hacerse patente la profundidad con que los miembros del Jurado han captado la esencia de la obra premiada. Pues si algo caracteriza su universalidad ello es, en primer lugar, su capacidad de interpretar el hoy y el ayer a la luz de los mitos del siempre, dándoles vida con palabras nuevas; los mitos clásicos del mundo helénico, que inspiran buena parte de los argumentos de sus obras – e incluso su título, como es el caso de La hija de Agamenón -, al tiempo que su pervivencia y conservación, como parte del sustrato común de los pueblos balcánicos del que bebieron los creadores griegos, en las perdidas montañas de Albania y las costumbres de sus habitantes, constituye tesis subyacente de su obra y argumento de éstas; ya sea, por poner algunos ejemplos, la pervivencia de las epopeyas homéricas en las baladas recitadas por los bardos que ambulan todavía a principios del siglo XX por sus cumbres heladas, que dos profesores anglosajones pretenden registrar en El expediente H, ya la identificación de la vida regida por el Kanún con la pervivencia del orden de las cosas y de la vida que inspiró un día las tragedias griegas, desarrollada creativamente, junto a otros interesantes argumentos que dan fe de las raíces helénicas de las que bebe, en Esquilo. El gran perdedor.
Mitos de la Troya sitiada, del Ulises que retorna, del Orestes fatalmente destinado a la venganza de la sangre reclamada por los coros de las Erinias en el palacio de los Atridas, de Ifigenia sacrificada por su padre en un mundo en que los muertos se comunican con los vivos o retornan a cumplir una misión última, que junto a leyendas populares se encarnan sucesivamente en la Kruja que resiste al invasor otomano en Los tambores de la lluvia o la Albania que orgullosamente sola rompe con la Unión Soviética en El gran invierno, en la sangre que reclaman los muertos a quienes tienen que ejecutar su venganza en Abril quebrado o en Frías flores de marzo, en el Konstandin fallecido que trae a Doruntina o los micrófonos enterrados que revelan desde la tumba los secretos de la gran conspiración en Spiritus, en la protagonista de La hija de Agamenón o en la muerte, tal vez asesinato tal vez suicidio, acontecida en la casa del Sucesor.
La obra de Ismail Kadaré es todo eso; pero no sólo. Es, sí, una representación de los grandes momentos y hechos referenciales de la Historia de Albania y su construcción nacional – que no puede olvidar ni olvida el drama, histórico y contemporáneo, de Kosovo -; un retrato poetización de las normas y costumbres que rigen la vida colectiva de los albaneses y su mundo simbólico; una reflexión sobre la esencia de la cultura clásica y una reivindicación de las raíces clásicas del imaginario colectivo y la cultura de los albaneses y la pervivencia del mundo helénico en los mitos que guían su acción colectiva, y al tiempo la reescritura de los mitos clásicos con palabras y situaciones nuevas. Pero es también y sobre todo un retrato del régimen totalitario, de los mecanismos del poder totalitario para controlar los cuerpos y las mentes, las acciones y las voluntades de las mujeres y los hombres y la degradación que impone, implacablemente, a los seres humanos.
Encontramos ahí ese “compromiso que hunde las raíces en la gran tradición literaria del mundo helénico, que proyecta en el escenario contemporáneo como denuncia de cualquier forma de totalitarismo y en defensa de la razón”, como señala el acta del Jurado del Premio Príncipe de Asturias; pero también la impronta de Kafka o de Borges en dicha denuncia. Pues ésta no se basa en una crónica literalizada de la realidad totalitaria, sino en la ficción literaria construida a partir y para reflejar la experiencia totalitaria, imaginación que refleja la realidad con mayor fidelidad que su fotografía. Entre todas sus obras como ninguna quintaesencia de la capacidad de producir un símbolo universal a partir de una experiencia histórica y personal, destinado a permanecer entre los referentes indelebles de la Literatura universal, clásico del que beberán los modernos, El Palacio de los Sueños nos ofrece uno de esos escenarios y argumentos difícilmente olvidables, haciendo, como en un sueño, parecer real y lógico un Imperio gobernado a través de la interpretación de los sueños de sus súbditos en el que nos adentramos a través de la carrera ascendente que en la compleja maquinaria administrativa que alberga hace el joven Mark Alem. Sueño del poder de controlar a sus súbditos no sólo en su conciencia, sino también en el subconsciente; y al tiempo lógica del mundo al revés, curiosidad de conocer la noche desde el día, el sueño desde la vigilia, intento de penetrar en el Hades o en el mundo más allá del mundo, en el tiempo más allá del presente, de captar los hados del futuro y evitarlos o de conocer lo que nadie conoce del pasado, lo que se soñó en éste o lo que de él habita en los sueños y el siempre… quien lo sueñe o lo viva y a través de las páginas de Kadaré entre en el Palacio de los Sueños difícilmente podrá después sacárselo de la memoria o del alma, y si no en papel sí en ellas se lo llevaría consigo a una isla desierta.
Poder total que atraviesa la frontera del sueño, pero también la de la vida y la muerte, yendo a rescatar los micrófonos que yacen bajo tierra con los difuntos en Spiritus o la del Lul Mazreku que realiza su vocación de actor al representarla para que el poder represente en ella las consecuencias de intentar huir de las costas de Albania, de intentar huir de él, que todo lo marca; que insaciable exige más y más vida, de manera aleatoria, imprevisible y ciega, como el águila terrible que devora la carne de su jinete en La hija de Agamenón, símbolo de la Albania que devora a sus propios hijos; el poder imperial que intenta que los hijos de las águilas olviden su lengua, su Historia y sus ansias de libertad, anulados por el cra cra exterminador que el portador de la cabeza de Ali Pasha de Tepelena hacia el nicho de la vergüenza que se encuentra tras la Sublime Puerta observa al atravesar las tierras y los pueblos conquistadas por éste. Poder total en cuanto arbitrario, imprevisible, absurdo y sin sentido, o sin otro que el de afirmarse como tal, ante el que nos queda la denuncia, la conciencia de su naturaleza y sus modos, la resistencia y la memoria, escribir Literatura normal en un régimen anormal.
Una Literatura que da lugar a un mundo, un universo propio que algunos – como Moisés Mori – han llamado y bien puede llamarse Kadaria. Un mundo poblado de sus personajes y argumentos, mitos y leyendas y motivos que se reencarnan y desarrollan como los cristales de un mismo caleidoscopio o los distintos ángulos y pedazos de un solo cuadro cubista, más capaz de captar la realidad en su esencia que cualquier fotografía descripción racional de la misma. Una Kadaria que podemos inscribir entre los mundos del realismo mágico a que ha dado luz la Literatura contemporánea.
Mágico, y sin embargo realismo. Pues de la misma manera que quien, habiendo leído previamente a los grandes del boom literario latinoamericano se traslada a vivir a América Latina se da cuenta, al enfrentarse cotidianamente con su realidad, de lo mucho que tiene de descripción de la magia de su realidad, también quien habiendo leído o leyendo a Kadaré tenga ocasión de vivir cotidianamente con ojos abiertos la realidad y la vida de los albaneses se dará cuenta de que en el fondo describe en buena medida la magia de su realidad vista a través de ojos que han sabido describir en ésta sus elementos ocultos desde las pasiones y los mitos que habitan en ellos y al tiempo en cada mujer y cada hombre, relacionarlos y a partir de ello construir un mundo que puede ser el mundo; el mundo de cada uno y entre ellos el nuestro al asomarnos a él al recorrer nuestros ojos sus páginas, para el lector español magistralmente metamorfoseadas al castellano por la alquimia de Ramón Sánchez Lizarralde, traductor no sólo de la lengua, sino también del mundo albanés que ha sido y es el suyo.
Realismo, y sin embargo mágico. No tanto por el contenido o la magia que pueda albergar la realidad que relata más allá de la imaginación o del sueño; sino por la magia en la manera de contarla, de transmitirla, de construirla literariamente a partir de los rumores, leyendas o hechos que habitan en ella. Baste para comprobarlo al lector español leer su ensayo sobre el Quijote en los Balcanes. Por su capacidad, en definitiva, de crear a partir de la realidad un universo literario propio que conecta con lo universal. Nos dice Sócrates en los diálogos de Platón – o Platón en boca de Sócrates – que la poesía es una de las formas de locura, de captación de las reminiscencias del alma antes de que cayera: por ello la verdadera Literatura nos conecta con lo universal, con la esencia que subyace tras los disfraces y personas de cada ser humano, tiempo fuera del tiempo que aflora en páginas cuya escritura o lectura puede ayudarle a ser más humano, más aquel que en definición kantiana se trasciende a sí mismo. Por ello entrar en Kadaria, viajar por ella a través de las páginas escritas por Ismail Kadaré es viajar por Albania, pero también por y hacia uno mismo. Por ello Albania no puede ser ya la misma para quien haya viajado por ella en Kadaria; ni puede ser ya del todo ella misma sin Ismail Kadaré. Por ello tampoco puede sino ser para siempre y más allá de Kadaria para quien la haya conocido en ésta. Por ello nuestro mundo y el mundo pueden ser otro mundo tras recorrer nuestros ojos las páginas escritas por Ismail Kadaré.
Manuel Montobbio