Como Subdirector General para México, Centroamérica y Caribe, Director General para Iberoamérica, Embajador en Guatemala y Embajador en México, Juan Pablo de Laiglesia estuvo muy estrechamente implicado en la participación de España en los procesos de paz en Centroamérica en general y en el de Guatemala en particular, en el marco de una larga trayectoria de dedicación a la región que le llevó posteriormente a ser en diversas ocasiones Secretario de Estado para Iberoamérica - además de Secretario Estado de Asuntos Exteriores y de Cooperación Internacional -. A continuación os compartimos el texto de su intervención, leída en su nombre por el Director General de la Casa de América, en la presentación el 20 de Enero de 2022 en la Casa de América en Madrid, con ocasión de su publicación en España y del XXV Aniversario de los Acuerdos de Paz de Guatemala, del libro de Manuel Montobbio La perplejidad del quetzal. La construcción de la paz en Guatemala, en la que acompañaron igualmente al autor Enrique Ojeda, Director General de la Casa de América, Mónica Bolaños, Embajadora de Guatemala en España, Emilio Cassinello, Director General del Centro Intenacional de Toledo para la Paz, Raquel Zelaya, miembro de la delegación negociadora de los Acuerdos de Paz y Secretaria de la Paz del Gobierno de Guatemala y Otilia Lux de Cojtí, Miembro de la Comisión de Esclarecimiento Histórico y Premio Bartolomé de Las Casas.
Querido Director de Casa de América, querido Manuel, queridas y queridos amigos:
Lamento profundamente no estar hoy con vosotros, personalmente, en la presentación en Madrid del libro de mi colega, compañero y sobre todo respetado y querido amigo Manuel Montobbio. Cosas de la salud, de mi precaria salud más bien, me mantienen apartado en estos tiempos de pandemia y vulnerabilidades.
Pero queriendo honrar la generosa invitación del autor a compartir con todos vosotros algunas de las reflexiones que su libro me ha suscitado, me acojo al ofrecimiento igualmente generoso del Director de CasAmérica, mi querido amigo Enrique Ojeda, para, por su intermedio, participar en un acto al que de ninguna manera querría faltar.
Dejadme comenzar diciendo que, al menos esta vez, pertenezco a ese reducido grupo de presentadores de libros que no solo conocen al autor, sino que además se han leído el libro del que van a hablar. Lo que por experiencia propia sé que no es tan habitual.
Conozco a Manuel Montobbio desde 1990. El acababa de ser destinado como 2º a la Embajada en El Salvador y yo era entonces Embajador en Guatemala. Eran tiempos recios en la región y había una especial camaradería entre los que estábamos destinados en los países centroamericanos. Nos hablábamos regularmente, nos oxigenábamos visitándonos y participando en las actividades de nuestras Embajadas en la región, compartíamos esperanzas, preocupaciones temores y sobre todo, nos sentíamos parte de un ambicioso proyecto político que finalmente tuvo un desenlace feliz: el de que la España democrática contribuyera eficazmente a la superación de los conflictos en la región mediante el diálogo y la negociación y hacer callar a las armas con la política, la democracia, el respeto a los derechos humanos y el desarrollo. Apenas un par de años después, nuestras respectivas carreras nos llevaron a coincidir en México, donde trabajamos codo con codo en plena recta final de las negociaciones para la paz en Guatemala, del 94 al 96, proceso que concluiría en diciembre de ese año 96, con Manuel profesionalmente implicado al 100% en la política de construcción de la paz en la región, mientras yo era trasladado a Madrid, a disfrutar de los frios placeres del pasillo en el marco de la “desfelipización” de nuestra política latinoamericana impulsada por el Partido Popular recién llegado a la Moncloa e implementada entusiásticamente por la nueva “superioridad” del Ministerio.
Aunque no volvimos a trabajar juntos, la amistad personal y el respeto profesional que nos une desde entonces nos han hecho mantener un vínculo estrecho hasta hoy mismo, difícil y raro en este oficio nuestro tan lleno de ausencias y de chismorreos. Manuel ha desarrollado, junto a una brillante carrera profesional, una intensa actividad intelectual y académica y en su obra científica destaca la temática de la construcción de la paz, a la que ha dedicado también una parte importante de su carrera profesional, particularmente, aunque no solo, en Centroamérica. Es, doy fe, de los muy pocos diplomáticos en activo de los que puede predicarse tanto el dominio del oficio como el rigor del científico social y la sensibilidad del poeta. De nada Manuel. Aquí, un amigo.
Hablemos de su libro.
“La perplejidad del quetzal”, es una colección de ensayos, cinco en total, escritos en distintas épocas, que se sostienen solos, pero cobran un valor añadido al ser presentados en conjunto. Y es que, aunque cada uno de ellos se centra en un aspecto del proceso de paz guatemalteco, y de ahí que admitan una consideración aislada, en conjunto, tal como están secuenciados en el libro, constituyen un abordaje global del proceso: sus antecedentes, las causas profundas a que trata de dar respuesta, la negociación y el contenido de los Acuerdos, su ejecución y verificación y las lecciones que pueden extraerse tanto del proceso en si como de sus particulares características procedimentales e implicaciones institucionales. Y el resultado, esto me parece muy importante subrayarlo, no es solo el relato de una negociación, que también lo es y muy detallado, sino que constituye un análisis profundo de las dificultades de Guatemala, desde su Independencia, para construir un estado moderno, de la virtualidad de las negociaciones de paz para diseñar un nuevo pacto nacional con la participación sin excepciones de todos los sectores y actores nacionales y el valor que ese ejercicio tiene en sí mismo más allá del grado de cumplimiento de sus estipulaciones. Este enfoque desde la óptica de la necesaria construcción de un pacto nacional como condición necesaria previa a la construcción de un estado moderno me parece uno de los grandes hallazgos del libro y su principal aportación a la abundante literatura existente sobre los procesos de paz en Centroamérica.
Permitidme tres comentarios adicionales.
1.- Quien busque una descripción completa y detallada de la complejidad y dificultades del proceso de negociaciones, el primero que empieza en la región y el último que termina, la encontrara en el punto 3 del cuarto ensayo, que le da título al libro. Todo está recogido en esas 19 páginas: los cambios de coyuntura, los obstáculos a superar en cada fase, la descripción de las reuniones, los contenidos…todo. Pero tengo que decir que comparto solo parcialmente la afirmación que ahí se hace sobre la reunión “precursora” que tuvo lugar en la sierra madrileña, en San Rafael, entre el 7 y el 9 de Octubre de 1987, al decir que fue “fruto del impulso y del espacio creado por Esquipulas II”. En realidad no fue gracias a Esquipulas II sino a pesar de Esquipulas II. La verdad es que la reunión de San Rafael, celebrada dos meses después de la firma de Esquipulas II, es habitualmente desdeñada por historiadores y politólogos, seguramente porque terminó sin resultados. Lo que es cierto. Pero también lo es que fue el resultado de una cuidadosa preparación, al margen y en paralelo con el proceso de Esquipulas, y que tras ella estaba la sincera voluntad política del Presidente Cerezo de negociar la paz con la URNG, la decisión de la URNG de entablar negociaciones sustantivas con el nuevo gobierno democrático que encarnaba Cerezo y el apoyo constante, consistente y discreto del Gobierno español. Era un proyecto nacional, patriótico diría yo, que no desconocía los condicionantes regionales, pero pretendía sortearlos centrándose en la específica problemática guatemalteca tan diferente a la de sus vecinos geográficos. Con esa visión, que le costaría dos años después la vida al entonces Embajador de Guatemala en España, Danilo Barillas, impulsor y animador de la iniciativa, asesinado frente a su casa al poco de regresar a Guatemala en agosto del 89, se mantuvieron entre enero y julio del 87, en el periodo entre Esquipulas I y II, reuniones mensuales secretas en Madrid entre Barillas y una delegación de alto nivel de la URNG, que resultaron en el acuerdo de celebrar una reunión pública en España después del verano a la que acompañaría un alto el fuego temporal declarado unilateralmente por la URNG. Este acuerdo se alcanzó en julio del 87, unas semanas antes de la firma de Esquipulas II. Y cuando la noticia del acuerdo llega a Guatemala y Cerezo manifiesta su voluntad de cumplirlo, se topa con la oposición cerrada del ejército que, haciéndole ver las limitaciones de su poder real, prefiere de lejos las previsiones dilatorias y procedimentales de Esquipulas II al reconocimiento y apertura inmediata de negociaciones directas que suponía el acuerdo de Madrid y trata de impedir la celebración de la reunión acordada. El apoyo del Gobierno español a su iniciativa (siempre fue la iniciativa de Guatemala, nunca la nuestra), manifestado al Presidente Cerezo por el Ministro Fernández Ordoñez en Nueva York durante la Asamblea General de NNUU de aquel septiembre, animó al Presidente a seguir adelante, aunque no pudo resistir la presión del ejército para que no se publicara ningún comunicado conjunto, no se hicieran públicos los contenidos de las conversaciones y no se alcanzara más acuerdo que el de reconducir cualquier proceso de negociación con la URNG a lo que disponía el procedimiento de Esquipulas II. Y eso es lo que finalmente sucedió. La reunión tuvo lugar en San Rafael entre los días 7 y 9 de Octubre de 1987, participaron delegaciones del Gobierno, el ejército y la URNG y no hubo comunicado final ni resultados…más allá de los que sin duda hubo a pesar de los pesares, al alcance de cualquier analista y que como decía más arriba incluyeron el asesinato de un político patriota y de bien, Danilo Barillas. Descanse en paz.
2.- Me parece muy importante el análisis que el libro contiene, en varios de los ensayos, pero especialmente en el que da título al libro, sobre el papel de la comunidad Internacional, o Sociedad Internacional como el autor la denomina, en el proceso. El proceso guatemalteco es ciertamente el más complejo y dilatado de los centroamericanos, y quizá el único que demuestra una genuina preocupación por la institucionalización del apoyo internacional. Llegará a haber una Misión de NNUU, la MINUGUA, un Grupo de Amigos que apoya la labor de NNUU, un acompañamiento permanente a la negociación por un representante del SG de NNUU, primero como observador, más tarde como moderador con capacidad propositiva, y cuando se plantea la ejecución y vigilancia del cumplimiento de los acuerdos, una Comisión de Acompañamiento con 17 comisiones sectoriales y un Grupo Consultivo para la cooperación económica. En esa maraña institucional, y en el análisis de las muy distintas motivaciones de quienes participaban en algunas de ellas, Manuel Montobbio nos proporciona lúcidas aportaciones a la reflexión, de las que yo destacaría al menos dos:
La primera, la importancia de la “deslatinoamericanizacion” del acompañamiento al proceso. Algo que nace, en este ámbito del acompañamiento internacional, del apoyo regional con Contadora, su Grupo de Apoyo, y la OEA, termina pasando a manos de los países donantes, con sus grandes diferencias y su natural distanciamiento de los problemas de fondo.
La segunda, la importancia de la “coherencia de políticas” y el reflejo que tiene en los resultados prácticos del apoyo exterior el paso de la responsabilidad de las políticas exteriores a las políticas de cooperación al desarrollo. Incompatibles y contradictorias? Por supuesto que no. ¿Diferentes? Desde luego que sí. Una reflexión por hacer y una lección que extraer de este proceso para otros que puedan producirse.
3.- Mi último comentario es para resaltar lo que me gustan las cuatro páginas que el autor dedica al papel de España en aquel proceso, que atinadamente titula “España, constructora de paz en Guatemala”. Se le ve contenido, son páginas escritas con pudor pero que ponen al descubierto una gran verdad. Que España tenía en aquellos días una política latinoamericana sólida, fundada en principios y valores, consistente en sus manifestaciones, servida por funcionarios eficaces que se habían sabido ganar la confianza de sus contrapartes, que hablaba con todos porque “dialogar no es conceder”, que contaba con los recursos que nos permitía la situación, ni más ni menos, que hacia verdad la afirmación de que América Latina era una prioridad, que era capaz de influir, que nos hacia un socio fiable y respetable. Eran años en los que se estaba fraguando el nuevo consenso en política exterior y conviene recordar que esa política latinoamericana era apoyada por todas las fuerzas políticas, que entonces concentraban sus diferencias en otros aspectos de nuestra acción exterior. El éxito de nuestra política de apoyo a la solución negociada de los conflictos centroamericanos y el consenso político interno hacían pensar en que España tenía futuro como constructor de la paz y que una línea identificadora de nuestra acción exterior podía muy bien ser la de “constructor de paz”. Lamentablemente no ha sido así. El consenso en política exterior se rompería pocos años después, llevándose por delante esas aspiraciones, como vimos con gran frustración en el proceso de paz de Colombia en el que el gobierno español presidido por José María Aznar decidió, por razones que eran exclusivamente suyas y no fueron compartidas ni negociadas con las demás fuerzas políticas, mantenerse deliberada y totalmente al margen, desatendiendo los requerimientos que las partes nos hacían. Y todos sabemos que en política, la exterior incluida, los vacíos se llenan inmediatamente con otros actores.
Habría muchas más cosas que comentar, pero soy fiel creyente de que el undécimo es no ponerse pesado, así que aquí me quedo.
Termino con mi agradecimiento a Enrique y a Manuel y a todas y todos vosotros por vuestra paciencia y con la recomendación de que los que todavía no lo hayáis hecho, leáis “La perplejidad del Quetzal”. Os gustará.
Juan Pablo de Laiglesia
Madrid, 20 de enero de 2022