Tiempos de pandemia: tiempos, al tiempo, de reflexión, de hacer un alto en el camino, preguntarse por el qué, el por qué, para qué y cómo; por el sentido - en el triple sentido de significado, sentimiento y dirección - de las cosas, del mundo y de la vida. Nos llevan las preguntas, más allá del cómo, del qué de las medidas a adoptar, de las técnicas y las políticas, a la ética, al fundamento último y primero. Ética -desde la conciencia de que frente al COVID-19 todos somos el mismo hombre, la misma mujer, el mismo ser humano - cosmopolita. Nos llevan a las razones de la razón, que no podremos encontrar sin la brújula del corazón, la guía del alma; sin la razón cordial de que nos habla Adela Cortina en Ética cosmopolita. Una apuesta por la cordura en tiempos de pandemia, en la que se plantea esas preguntas, y tanta luz nos aporta para responderlas. Me ha llevado su lectura, las reflexiones que me ha suscitado, a escribir el ensayo que, con el título de "Razón cordial de la ética cosmopolita", El Ciervo ha publicado en su número 788 de Julio-Agosto de 2021, que os comparto como carta en la botella que lanzo al mar de esta web, con la esperanza de que os inspire, nos inspire, para contemplar mejor el horizonte del futuro, afrontar los retos del tiempo interesante que vivimos, navegar por las aguas que nos llevan a él, y sobre todo a nosotros mismos.
Razón cordial de la ética cosmopolita
Una aproximación a partir de la lectura de
Ética cosmopolita
Una apuesta por la cordura en tiempos de pandemia
de Adela Cortina
Tiempos de pandemia, tiempos de incertidumbre, incertidumbre del tiempo: momento de repensar el sentido de las cosas, de hacer una pausa, desconfinar el tiempo, curar los virus que nos enferman el alma, iluminar en sentido kantiano. De volver la mirada y recurrir, junto a la mano visible del Estado y a la mano invisible del mercado, a los valores y principios de la moral, la ética, “el rocío que impregna la aurora”. De interpelar al nosotros, al yo, a cada uno, con sentido de lo dialógico, de la interdependencia, de la compasión. De recurrir a la razón cordial, desarrollarla y ejercerla. Tiempo, en definitiva, de pensar, de concebir la ética cosmopolita que nos propone Adela Cortina como respuesta, como aproximación al qué y al cómo de la problemática de la vida colectiva del tiempo interesante que nos toca vivir.
Qué de la globalización, de la nave espacial Tierra destino futuro en que viajamos todos, del reto de su navegabilidad y navegación, de la asunción del nosotros que somos todos. No bastan los manuales de instrucciones políticas y económicas: necesitamos ir a los supuestos últimos y primeros; superar el utilitarismo – la maximización del provecho, el consumo y la producción -; superar la libertad limitativa con la propositiva; superar, incluso, el enfoque de las capacidades de Amartya Sen, superar las recetas de fuera, las constituciones e instituciones de fuera. No porque no sean necesarias, que lo son; ni porque no importa que sean ni cómo sean, que importa; sino para ir más allá, o más adentro: hacia la concepción del ser humano como un fin en sí mismo, como un ser capaz de gobernarse a sí mismo, de darse leyes, de convencer para vencer. Y por ello de ser convencido: de hacer de su esencia no tanto su ser, como su ser en el otro, en los otros: su ser dialógico, relacional. Somos interdependientes. Y para ello no basta con la razón sin alma, sin corazón: se necesita, necesitamos la razón cordial, la cordura. La razón pasada por el corazón; por la asunción, como los estoicos, junto a la condición política particular, de la común condición cósmica, cosmopolita.
Cómo de la política de las emociones, de la monarquía del miedo de la que nos habla Martha Nussbaum, o ese viejo miedo a la libertad del que nos hablaba Eric Fromm para explicarnos las claves de psicología colectiva del ascenso y funcionamiento del nazismo, de los totalitarismos del siglo XX. Cómo del convencimiento de la razón y la debilidad de la emoción de la razón liberal, de la adhesión emocional del nacionalismo y del populismo, clave explicativa de su auge que nos plantea la necesidad de su superación: necesitamos para ello la que Cortina define como democracia radical, entramado de razón y sentimientos, cuya concepción elabora a partir de la democracia militante de Loewenstein, de la distinción de Simon Keller entre compromiso primario y derivado, del patriotismo constitucional de Habermas, que nos lleva a la adhesión emocional a unos mínimos compromisos, principios, ideas y valores compartidos. Adhesión, en definitiva, a los mínimos de justicia a los que una sociedad no puede renunciar sin caer bajo mínimos de humanidad, y que han de recibir el respaldo de las distintas éticas de máximos. Necesitada, a su vez, de la amistad cívica. Viene definido ese contenido mínimo primario con la visión, el punto de encuentro, en lo político, con los universales abiertos de Popper, en los que culturalmente pueden convivir universales cerrados, órdenes, regímenes o cosmovisiones colectivas particulares. Se dan así dos dimensiones en la noción de ciudadanía democrática: el compromiso con los valores y principios que dan sentido a las constituciones democráticas; y el correspondiente compromiso derivado con el Estado nacional y con las unidades supranacionales y globales que defiendan esos valores y principios, que sería lo propio de un patriotismo constitucional y de la creación de símbolos y prácticas compartidas por los conciudadanos que apoyen motivacionalmente esos valores y principios.
A la luz de ese enfoque, partiendo de ese compromiso primario, no sólo dirigimos nuestra mirada al Estado, a la polis en que vivimos, al orden nacional; sino también al mundo, al orden internacional. Reto siempre, en toda sociedad humana, en todo tiempo, en cada uno, de construir la paz. Nos planteaba Kant su realización bien a través de un Estado mundial, bien a través de una Federación de Estados. De alguna manera, ya vivimos en la sociedad cosmopolita. De alguna manera, ya tiene ésta sus constituciones, sus contratos sociales, sus pactos fundacionales. De alguna manera, ya tiene ésta sus instituciones. Globalmente, y en la construcción europea, cuyo sentido último trasciende lo europeo para ir a lo humano. De alguna manera, ¿tiene, tenemos, sin embargo, una ética cosmopolita?.
La gobernanza global, la construcción europea, la de la paz, la democracia y el desarrollo nos plantean esa pregunta que va más allá, nos remiten a la ética. Una ética que, para ser tal en el mundo y en el tiempo que vivimos, necesariamente tiene, para ser, que ser de todos, compartida; y por ello, con ello, cosmopolita. Y tiene que ser, al tiempo, de cada uno, por cada uno asumida y practicada. Lo que nos lleva a la necesidad, al reto de repensar la universalidad, lo universal.
Nos lleva al reto, también, de superación de la identificación de Sociedad Internacional con estado de naturaleza. De asumir que globalmente ya no vivimos, ya no queremos vivir en él; sino en el contrato social. Lo que requiere como elemento indispensable, además de constituciones y reglas de funcionamiento del mercado y de la sociedad, de esa ética cosmopolita.
No vivimos ciertamente ya en Europa, política y jurídicamente, en el estado de naturaleza; sino en el contrato social. Pues cuando concebimos los europeos la Europa de los derechos humanos, el Estado de Derecho y la democracia del Estatuto de Londres - tratado fundacional del Consejo de Europa - por y para la que alumbramos el Tribunal Europeo de Derechos Humanos y la Comisión de Venecia, habíamos vivido hasta entonces en una Europa como espacio regido por el Derecho Internacional y la dinámica westfaliana del equilibrio de poderes: el camino recorrido nos ha llevado a una Europa que, al tiempo que espacio regido por el Derecho Internacional, se conforma como espacio de órdenes o regímenes constitucionales en parámetros, referentes y estándares homologados y diccionario conceptual compartido. Setenta años después de la creación del Consejo de Europa, treinta años después de la creación de la Comisión de Venecia, miles de páginas de sentencias del TEDH y de doctrina de la Comisión de Venecia después, vivimos en Europa en el contrato social, y no en el estado de naturaleza. Vivimos en Europa en paz, en la acepción positiva del término, de la cual ese contrato social, ese diccionario constitucional compartido y los compromisos que conlleva, constituye elemento esencial y definidor.
¿Vivimos, sin embargo, éticamente, en el contrato social de la ética cosmopolita?. Nos plantea para responder y respondernos Adela Cortina en Ética cosmopolita las preguntas que, a partir de su lectura, en nosotros, con nosotros llevamos. Y nos conmina a escribir la respuesta con la vida, con el pensamiento y la acción, en nuestro caminar colectivo en la Historia. Nos sugiere respuestas, aproximaciones a las cuestiones que nos plantea este tiempo de pandemia en que vivimos, como hace a lo largo del itinerario que nos invita a recorrer. Como los retos del cuidado y la vulnerabilidad; de la desconsolidación de la democracia y la necesidad de su cuidado y cultivo; los aparentes pero falsos dilemas entre seguridad y libertad, o entre economía y vida, a reconceptualizar como problemas a afrontar; el atentado suicida de la gerontofobia, absurdo odio al yo que seremos; el cuidado de la palabra en tiempos de falsas noticias; el sentido de las humanidades para dar sentido al ser humano y a la vida en una retroalimentación positiva con las ciencias y la técnica. Como el cambio de paradigma que nos lleva del dilema al problema, de la utilidad a la fecundidad. Nos invita en definitiva para ello, como señala en el subtítulo, a apostar por la cordura en tiempos de pandemia: apostemos, sí, por la cordura, leamos Ética cosmopolita, pensemos y procesemos lo que nos dice cordialmente, con la razón y con el corazón; demos con ello sentido – en el triple sentido de significado, sentimiento y dirección – a estos tiempos de pandemia.
Manuel Montobbio