RAMBLAS DE LA VIDA

  • RAMBLAS DE LA VIDA

Constituye una carta muy especial para un escritor aquella que lanza al mar dentro de la botella de un libro cuando éste ve la luz en la letra impresa. Tal es el caso ahora con Rambles de la vida, escritas como reacción, afirmación de la vida ante el atentado en las Ramblas de Barcelona el 17 de Agosto de 2017, que acaba de publicar en catalán Pagès Editors. Son éstas una pregunta, una invocación a los ángeles de las Ramblas, a su alma herida que busca curarse, para que miremos alma adentro y de ella saquemos todas las Ramblas que somos. Una invocación para ser, y al tiempo un recorrido, un paseo por la vida a través de las Ramblas y una meditación sobre ella que el autor comparte invitándonos a hacer cada uno el nuestro, con la esperanza de hacer con otras gotas el mar, de contribuir a que quien las lea sacara, saquemos fuera las Ramblas que nos habitan adentro, hacer entre todos las Ramblas de la vida, de las Ramblas poesía, de nuestras Ramblas las Ramblas.

Nada mejor para presentároslas que invitaros a leer en castellano "Claves para ramblear las Ramblas de la vida", el ensayo introductorio con que presento en el libro el poema, que reproduzco a continuación , y también, a los que estéis en Barcelona el próximo 14 de Julio o en Andorra el 15, a venir a su presentación. Aquí tenéis las invitaciones:

 

 

 

 

Los que queráis, podéis también ver en streaming la presentación en Barcelona, contectandoos a este enlace cuando empiece el miércoles 14 de Julio a las 19 horas.

Como digo para concluir estas "Claves para ramblear las Ramblas de la vida", escribirlas fue para mí un acto de búsqueda del alma, de curación de su herida, respuesta a las preguntas sin respuesta; de afirmación de la vida y la esperanza. Os invito a leerlas, a recorrerlas, con la esperanza de que leerlas también lo sea para vosotros, y con el deseo de que al hacerlo encontréis y deis también a la luz las Ramblas de vuestra vida. 

 

Claves para ramblear por las Ramblas de la vida

 

          A veces se concentra la eternidad en un instante, pende de un hilo la vida, y nos pasa por delante como si todos sus olores se quintaesenciaran en un único perfume, suben de las profundidades del alma a la superficie momentos o vivencias, durmientes o soñantes, que han cincelado su rostro, definen quién somos, y en el siempre habitan. A veces se nos hiela la sangre, y sentimos el horror de que sea lo que no puede ser, lo que no debería ser; el horror de que pueda ser, de que llegue a ser, también esto lo humano. Sentimos el horror, y sentimos la angustia, el por qué, la nube fría, la nube negra que nos ennochece el cielo del alma, y llueve lágrimas que la inundan, y la desbordan, como si no fuera a parar nunca el diluvio, y nos sabe a infinita tristeza su sal. Y a veces tarda, o pareciera que nunca llegara, pues es tan eterno ese instante; pero llega un momento en que por esa nube, tras esa nube, se filtra un rayo de luz, un rayo que nos pregunta y ahora qué, e iluminados por su luz echamos a andar buscando respuestas, anhelando esperanzas, cuidar y sanar la herida, las heridas, del alma.

          Han pasado y pasarán por nuestras vidas muchas tardes del diecisiete de Agosto, como han pasado y pasarán muchas otras tardes, y mañanas y noches, de cualesquiera otros de los días del año; pero ninguna otra será la del diecisiete de Agosto como la del dos mil diecisiete en las Ramblas, como en ninguna estuvimos y estamos todos en las Ramblas. Pues recordamos, sí, qué hacíamos o dónde estábamos cuando supimos del atentado en ellas – o del del 11-M en Atocha o el del 11-S a las torres gemelas, o sobre otros hechos que han marcado nuestra conciencia y devenir colectivo; pero lo recordamos precisamente porque a partir de ese momento pasamos a estar en las Ramblas- o en Madrid o en Nueva York -, o tal vez mejor dicho, estuvieron en nosotros como nunca las Ramblas.

          Estamos ahí, están en nosotros las Ramblas, y nos preguntamos qué hacer. Un qué hacer en mi caso entonces determinado por mi responsabilidad institucional como Embajador de España en Andorra, donde me encontraba en aquel momento. Recuerdo que mi primera reacción fue hacer que se pusiera la bandera a media asta, y a partir de ahí activar los mecanismos de alerta y cooperación con las autoridades andorranas por lo que eventualmente pudiera afectar, recibir sus muestras de solidaridad, seguir la evolución de los acontecimientos, preparar la expresión de reacción y duelo colectivo frente a lo acontecido en una sociedad para la que las Ramblas y Cambrils – donde muchos andorranos tienen su segunda residencia, en la que se encontraban en esas fechas – forman parte de sus referentes vitales y su imaginario colectivo. Recuerdo que a la mañana siguiente, antes de comenzar el minuto de silencio que en todos los edificios públicos del Estado hicimos al mediodía ante el edificio de la Embajada, en que al personal de ésta nos acompañaban las principales autoridades andorranas y numerosos ciudadanos que habían querido acercarse para compartir ese momento, y los medios de comunicación, pronuncié las palabras con que comienzan estas Ramblas de la vida:

Pese a quienes quieren hacer

las Ramblas

de la muerte

                                                                                               las Ramblas

del dolor,

seguiremos haciendo

                                                                                               las Ramblas

de la vida

seguiremos haciendo

                                                                                               las Ramblas

del amor.

          Recuerdo que las escribí después para iniciar con ellas el libro de condolencias que durante dos días mantuvimos abierto al público para quien quisiera en él dejar testimonio. Recuerdo el silencio con que en multitud escuchamos, junto al Copríncipe Episcopal, el Jefe de Gobierno, el Síndic y todas las autoridades el Cant dels ocells, el sábado por la tarde en la Plaza Lídia Armengol, bajo los estilitas de Plensa a la sombra del Consell General.

          Más allá del personaje, la persona que somos por encima o por debajo de él, en mi caso la que, apenas iniciadas las vacaciones, quiso ir a las Ramblas el veintiséis de Agosto, para recorrer las Ramblas por la mañana, y para participar en la manifestación frente al atentado en el Paseo de Gracia por la tarde: recuerdo ese paseo esa mañana por las Ramblas, las de siempre y las de nunca, el silencio de la multitud, el sobrecogimiento de los altares improvisados donde habían sido alcanzadas las víctimas, bajo un árbol, bajo una farola, bajo la fuente de Canaletas, junto al mosaico de Miró frente al Liceo donde finalmente se empotró el coche. Velas, flores, poemas, cartas, pancartas, letreros, peluches… Y en el silencio, en el sobrecogimiento, la voz del alma herida de las Ramblas, la oración que sale de dentro, la imprecación a los ángeles de las Ramblas que se nos hacen presentes, a quienes queremos hacer presente nuestro dolor y nuestras preguntas, nuestra invocación y nuestra plegaria. Y voy haciendo fotos de esos altares, esas Ramblas. Y twuiteo una foto mía en ellas, y otras por la tarde en la manifestación en el Paseo de Gracia, y al día siguiente las del recorrido por las Ramblas, y con la limitación de caracteres de cada mensaje me salen en verso los comentarios, las reflexiones que me suscitan…

          Nacen de alguna manera de esos twitters en verso, de esas palabras, esos versos en el libro de condolencias, estas Ramblas de la vida. Pues constituyen de alguna manera éstos la llave que abre la compuerta del pantano que hace que de alma adentro fluyan en el río de tinta sobre el papel en blanco y se alumbren, se encarnen en él; brote y fluya – a modo de cumplimiento del seguiremos haciendo / las Ramblas / de la vida / seguiremos haciendo / las Ramblas / del amor de los primeros versos, de respuesta a las preguntas e imprecaciones de los ángeles de las Ramblas y al recorrido por ellas con que terminan – la vida a través de las Ramblas como una gota en el Océano, con esperanza - ¿Quién dijo que todo / está perdido?. / Yo vengo a ofrecer / mi corazón… canta Mercedes Sosa – de que con todas nuestras vidas en las Ramblas podamos hacer, podamos tejer, frente a las Ramblas de la muerte, las Ramblas del dolor, las Ramblas de la vida, las Ramblas del amor.

          Sea la magdalena de Proust, sea cuando mi padre me llevó por primera vez a conocer el hielo en Macondo, siempre hay una primera imagen, un primer recuerdo – recordar es, en su etimología latina, volver a vivir en el corazón – a partir del cual fluye el relato de una vida, de un mundo. Yo fui un niño de la Barcelona de los años sesenta, y me viene el recuerdo de las primeras veces en que mi padre me llevó a las Ramblas, la primera vez / que vi / una cacatúa / o un loro / o un mono tití / extraños / fantásticos / seres / de extraños / lugares, / extraños / y fascinantes también / las mujeres y los hombres…

          Van fluyendo, a partir de esa vivencia, esa fascinación primera, otras Ramblas vividas, la vida a través de las Ramblas, en sus etapas y circunstancias, del yo de la niñez y la adolescencia y primera juventud al que escribe estas líneas, como cambian de nombre y de circunstancias las Ramblas mismas de la Plaza de Catalunya al mar. Ramblas de paso, Ramblas de paseo, Ramblas de la noche y noche de Ramblas, Ramblas de la ausencia y ausencia de las Ramblas, Ramblas de fuera y Ramblas que me habitan por dentro, que conmigo van doquiera que vaya… Ramblas vividas, y Ramblas escritas, como las que contemplan desde el dedo Colón ¿    ? y “    “ en una obra de teatro escrita en la primera juventud; como el poema Ramblas, a Dulce, mi esposa y compañera en la vida y el amor, dedicado tras un paseo por ellas en primavera, en estas Ramblas de la vida releído. Hasta llegar a las Ramblas / de los ángeles / ángeles / de las Ramblas: / decidnos / cómo son / vuestras Ramblas/ qué hacíais / dónde estabais / qué sentisteis / esa tarde / del diecisiete de Agosto… Y pasa a ser con ellos el diálogo que lo era con uno mismo, el diálogo en el que acometemos el recorrido por las infinitas Ramblas del dolor / Ramblas / de las preguntas / sin respuesta / Ramblas / de los mundos / soñados / que entre todos podemos hacer / posibles… Hasta hacer de ellas las Ramblas de los poemas de amor, las Ramblas de la esperanza. Ramblas / de los poetas / Ramblas / de todos / los que seguiremos / haciendo / las Ramblas / de la vida / las Ramblas / del amor… Hasta que se nos meten / las Ramblas / dentro / sí, / y nos atraviesan / el alma, / o alma adentro / nos las metemos, / donde nadie pueda / herirlas / ni hacerles daño / donde a nadie dejaremos / que nos impida / seguir haciendo / las Ramblas / de la vida / seguir haciendo / las Ramblas / del amor.

          Alma adentro nos las metemos para poder sacarlas afuera en cualquier momento en que necesitemos estar en las Ramblas y ser nosotros. Y es por ello que estas Ramblas de la vida no son un poema: son una invocación, y adquieren con ello y en ello su sentido último, su propósito. Una invocación para que mires / alma adentro / de ti / de alma adentro / saques / saquemos / todas / las Ramblas / del alma / las ramblas / de la vida / las Ramblas / del amor / las Ramblas / que somos. Una invocación para ser.

          Y es a la luz de ello que no son un poema / estas Ramblas / sino tan solo / una de las infinitas / Ramblas / posibles… apenas una gota / en el mar / en el infinito Océano / de todas / las Ramblas. Una de las infinitas Ramblas de la vida posibles, alumbradas sobre el papel en blanco con la esperanza de convertirse en catalizador, de hacer con otras gotas el mar, de contribuir a que quien las lea saque, saquemos afuera las Ramblas que nos habitan por dentro, hacer entre todos las Ramblas de la vida, de las Ramblas poesía, de nuestras Ramblas las Ramblas.

          Somos un alma caída, una sombra, un reflejo de lo que en esencia somos o podemos ser, una búsqueda. Y es la poesía una manera de buscar, de encontrar, de ver e iluminar la oscuridad y la caverna en la que nos encontramos, de hacer posible la eternidad de los instantes. Ya nos decía Platón que es, junto a la música, una de las maneras de vislumbrar, aproximarnos, captar el alma. Y nos señalaba María Zambrano que junto al tiempo y el espacio exterior existen el tiempo y el espacio interior, y que para aproximarse a ellos y a la sabiduría la Filosofía deja a veces paso a la Poesía, y alcanza el corazón razones que la razón no alcanza. Es la poesía retrato de ese tiempo y ese espacio interior que se imprime en el alma, en los que ésta se refleja y habita. Y así vamos alumbrando alma adentro en nuestro paso por la vida una geografía poética y un tiempo poético, una vida poética, una vida poesía hecha, en poesía reflejada.

          Es la nuestra, como nos dice Simone Weil en L’enracinement, un alma enraizada. Pues todos estamos enraizados en vertical al tiempo de nuestros padres, nuestros antepasados; y en horizontal con nuestros coetáneos, nuestros conciudadanos, con quienes hablan nuestro idioma y comparten nuestras identidades colectivas y el tiempo de nuestra común aventura humana, con quienes compartimos nuestros espacios públicos, nuestras ciudades y nuestros mares, nuestras plazas y calles. Con quienes compartimos nuestras Ramblas. Somos los barceloneses los que a lo largo de los siglos hemos paseado por las Ramblas, y lo somos hoy los que compartimos nuestro paseo llegados de todos los lugares del mundo. Quienes queremos que más allá de nuestras vidas siempre pueda pasearse por las Ramblas la vida.

          No es así la búsqueda del alma abstracta, conceptual; sino a través de sus manifestaciones, búsqueda del origen a través de sus raíces. Se orientan las raíces del alma hacia la común alma universal, de la que todos somos parte y al tiempo reflejo, iluminación. En la que se hunden y de la que se alimentan.

          Están de alguna manera así en nuestra alma enraizadas las Ramblas que nos habitan por dentro, que atraviesan nuestra geografía poética. Y alma adentro se encuentran con las Ramblas que otras almas habitan, y todas juntas conforman las Ramblas que cruzan el alma universal, que nada ni nadie podrá hacer que dejen de ser las Ramblas de la vida.

          Y tal vez sea así, alumbrándolas, buscándolas, recorriéndolas, que podamos curar a las Ramblas del alma herida, que podamos contribuir a sanarla, a encontrar a través de la poesía las razones que la razón no alcanza, a dar respuesta a sus preguntas, sentido al mundo y a la vida. Pues somos espíritu, razón, y somos alma; y a veces sólo la segunda puede darnos respuestas a las preguntas del primero.

          Es único e irrepetible nuestro espacio y nuestro tiempo interior, como única e irrepetible es la vida exterior que los alumbra. Única la ubicación que cada uno de los lugares vividos ocupa en nuestra geografía poética. Constituyen en la mía las Ramblas – como señalo en mi poema Tirana, procesamiento poético al tiempo de ésta y de la alquimia entre el espacio exterior y el espacio interior, movimiento de la sinfonía que conforma mi Guía poética de Albania, ciudad que forma parte de Mundo. Una geografía poética – Avenida principal de mi alma y de todas las ciudades en que he sido y seré, a la que llevo a todos los Manueles Montobbio que por sus avenidas y calles han paseado para juntos por ellas pasear, y ser todos uno, ser yo.

          Y si lo son, tal vez lo sean porque en ninguna otra de las avenidas, calles o plazas de mi alma podría hacer el recorrido a través de mi vida y de la vida que en estas Ramblas de la vida hago, por su presencia o ausencia referencial en todos sus tiempos y aspectos. Tal vez por eso esté a ellas enraizada mi alma. Por constituir al tiempo columna vertebral de mi tiempo y mi espacio interior, del yo que soy y quiero seguir siendo. Por llevarme a través de ese tiempo y espacio interior, ese yo único, hacia el alma universal de la que todos somos parte, en la que podemos llegar a ser del todo lo que podemos ser, en la que somos.

          Tal vez por eso escribirlas haya sido un acto de búsqueda del alma, de la sanación de su herida, repuesta a las preguntas sin respuesta; de afirmación de la vida y la esperanza. Esperanza de que leerlas también lo sea: con ella te invito a recorrerlas, y con el deseo de que al hacerlo encuentres y alumbres también las Ramblas de tu vida.

 

Manuel Montobbio

Estrasburgo,
Luna
que ramblea
por la vida
de Diciembre
de dos mil diecinueve.